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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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dichosos e indispensables; cada cual tenía su motivo de interés, su<br />

papel, su traje, su escena favorita, sus amigos y aliados... Todos tenían<br />

ocasión de emplearse haciendo consultas y comparaciones o de divertirse<br />

con las jocosas incidencias que se producían. Sólo ella estaba triste y era<br />

insignificante. No tomaba parte en nada. Podía irse o quedarse, podía<br />

estar en medio del ruidoso ajetreo de los demás o retirarse en la soledad<br />

del cuarto del Este, sin que notaran su presencia o su ausencia. Casi se<br />

sintió inclinada a pensar que cualquier cosa hubiera sido preferible a<br />

aquello. A la señora Grant se le concedía no poca importancia: se hacía<br />

honroso comentario de su carácter jovial; su gusto y su tiempo eran<br />

tomados en consideración; su presencia se hacía necesaria; se la<br />

solicitaba, se la atendía, se la elogiaba... Y Fanny estuvo, al principio, a<br />

punto de envidiarle el papel que ella misma había rechazado. Pero con la<br />

reflexión se impusieron mejores sentimientos y se le hizo evidente que la<br />

condición de la señora Grant exigía un respeto que a ella nunca le<br />

hubieran otorgado; y que, aun en el caso de haber sido objeto de la<br />

mayor deferencia, nunca hubiera podido sumarse con tranquilidad de<br />

conciencia a un plan que, teniendo sólo en cuenta la rectitud de su tío,<br />

había de condenar en su totalidad.<br />

El corazón de Fanny no era absolutamente el único amargado entre<br />

todos los que latían en su tomo, como no tardó en descubrir. Julia era<br />

también una víctima, aunque no sin culpa.<br />

Henry había jugado con su corazón; pero ella había admitido<br />

demasiados galanteos, e incluso los había buscado, con unos celos de su<br />

hermana tan razonables que hubieran debido bastar para salvaguardar<br />

sus propios sentimientos; y ahora, obligada por la evidencia a reconocer<br />

que él prefería a su hermana, aceptaba el hecho sin alarmarse lo más<br />

mínimo por la situación de María ni intentar nada racional para sosegar<br />

su espíritu. Se limitaba a permanecer sentada en taciturno silencio,<br />

envuelta en una rígida gravedad que por nada se dejaba amansar, o bien,<br />

admitiendo las galanterías de Mr. Yates, hablaba con forzada jovialidad<br />

sólo con él y ridiculizando la actuación escénica de los otros.<br />

Durante un par de días, a partir del de la afrenta, Henry Crawford hizo<br />

algunos intentos para borrarla mediante la usual ofensiva de frases<br />

galantes y halagadoras, pero no le preocupaba tanto el caso como para<br />

perseverar a despecho de la actitud altanera y despectiva con que tropezó<br />

de momento; y, como no tardó en encontrarse demasiado atareado con<br />

su participación en el reparto de la obra para que le diera tiempo a<br />

sostener más de un flirt, le fue cada vez más indiferente el enfado, o más<br />

bien lo consideró un feliz suceso, como discreto término de lo que a no<br />

tardar hubiera podido hacer concebir esperanzas en alguien más, aparte<br />

de la señora Grant. A ésta no le agradaba ver a Julia excluida del reparto<br />

y sentada en un rincón, desairada; pero como no era asunto que<br />

estuviera directamente relacionado con su felicidad; como Henry era<br />

quien mejor podía enjuiciar la suya, y puesto que él mismo le aseguraba,<br />

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