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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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pasar la mayor parte de todas las mañanas en el piso alto, dedicándose<br />

sólo al principio a hacer labores y charlar; pero después de unos días el<br />

recuerdo de dichos libros se hizo tan incoercible y acuciante, que Fanny<br />

no tuvo más remedio que tratar de conseguir nuevamente algunos. No<br />

los había en casa de su padre; pero la riqueza es fastuosa y osada, y<br />

parte de la de Fanny halló su campo de aplicación en una librería<br />

circulante. Se hizo suscriptora... asombrándose de ser algo in propia<br />

persona, asombrándose de sus propios actos en todos los sentidos. ¡Ser<br />

una arrendadora, una seleccionadora de libros! ¡Y proponerse el<br />

mejoramiento de alguien con su elección! Pero así era. Susan nunca<br />

había leído nada, y Fanny ansiaba hacerla partícipe de los primeros<br />

placeres que ella misma había sentido, e inspirarle una afición por la<br />

biografia y la poesía, que era lo que hacía sus delicias.<br />

Con esta ocupación esperaba, además, enterrar algunos recuerdos de<br />

<strong>Mansfield</strong>, que con demasiada facilidad se adueñaban de su mente si<br />

ocupaba tan sólo sus dedos. Por aquellos días especialmente, esperaba<br />

que le sería provechoso distraer sus pensamientos de una persecución de<br />

Edmund en su viaje a Londres, para donde, según la autorizada<br />

información contenida en la última carta de su tía, sabía que había<br />

salido. No dudaba de lo que iba a seguirse. La prometida notificación<br />

pendía sobre su cabeza. Las llamadas del cartero por la vecindad<br />

empezaron a constituir un cotidiano terror; y si leyendo podía ahuyentar<br />

la idea, siquiera por espacio de media hora, algo ganaba con ello.<br />

CAPÍTULO XLI<br />

Había transcurrido una semana desde que supusiera a Edmund en<br />

Londres, y Fanny seguía sin saber nada de él. De este silencio cabía<br />

sacar tres consecuencias, entre las cuales fluctuaba su mente que<br />

consideraba, por turnos, como más probable la una que las otras. O su<br />

viaje había quedado aplazado de nuevo, o no había tenido aún ocasión<br />

de hablar a solas con Mary Crawford, o era demasiado feliz para<br />

dedicarse a escribir cartas.<br />

Por entonces, cuando Fanny llevaba unas cuatro semanas ausente de<br />

<strong>Mansfield</strong> (este punto lo tenía ella siempre presente y contaba todos los<br />

días) y se disponía una mañana a subir como de costumbre al piso con<br />

Susan, las detuvo la llamada de un visitante, al cual comprendieron que<br />

no les sería dable esquivar debido a la presteza con que Rebecca acudió a<br />

la puerta, obligación que siempre le interesaba más que ninguna.<br />

Era la voz de un caballero; una voz que hizo palidecer a Fanny, al<br />

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