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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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vigilar los asuntos que están en manos de la juventud. A propósito, me<br />

olvidé de contarle a Tom algo que me sucedió hoy mismo. Estuve<br />

cuidando de mi gallinero y acababa de salir, cuando me tropecé con Dick<br />

Jackson, que se dirigía al pabellón de los criados con dos pedazos de<br />

carne para su padre, podéis estar seguros; la madre tuvo que mandarle a<br />

un recado cerca del padre, y éste aprovechó la ocasión para pedirle esos<br />

bocados, alegando que no podía pasarse sin ellos. Comprendí lo que<br />

aquello significaba, pues en aquel preciso instante sonaba la campana<br />

llamando al servicio a la mesa; y como aborrezco a las gentes interesadas<br />

(los Jackson son muy interesados, siempre lo dije... son de esa clase de<br />

personas que procuran sacar todo lo que pueden) me enfrenté con el<br />

muchacho (ya sabéis que es un muchachote grandullón, de diez años,<br />

que debería avergonzarse de sí mismo) y le dije: «Ya me encargaré yo de<br />

llevarle esa carne a tu padre, Dick; o sea que ya te estás volviendo a tu<br />

casa a toda prisa». El muchacho quedó como petrificado, y acto seguido<br />

se alejó sin decir esta boca es mía, pues creo que mis palabras fueron<br />

bastante tajantes; y yo diría que habrá escarmentado y no volverá a<br />

rondar la casa por una temporada larga. Me indigna ese afán de abuso...<br />

¡con lo bueno que es vuestro padre con esa familia, dando empleo al<br />

hombre durante todo el año!<br />

Nadie se tomó la molestia de contestar. Los que habían salido no<br />

tardaron en volver, y Edmund se dijo que el haber intentado que<br />

rectificasen habría de ser su única satisfacción.<br />

El almuerzo transcurrió pesadamente. Tía Norris refirió otra vez su<br />

triunfo sobre Dick Jackson; pero, por lo demás, poco se habló de la<br />

función ni de los preparativos, pues la desaprobación de Edmund pesaba<br />

incluso sobre el ánimo de su hermano, aunque éste hubiera deseado no<br />

acusarla. María, al carecer del alentador apoyo de Henry Crawford,<br />

prefirió soslayar el tema. Mr. Yates, que pretendía hacerse simpático a<br />

Julia, tropezó con su mal humor, menos impenetrable para cualquier<br />

tópico que para el de lo mucho que él sentía que quedase al margen del<br />

cuadro escénico; y Mr. Rushworth, que no tenía en la cabeza más que su<br />

papel y su vestuario, pronto agotó todo lo que uno y otro tema podían<br />

dar de sí.<br />

Sin embargo, el tema de la representación quedó sólo en suspenso por<br />

un par de horas. Quedaban todavía muchos cabos por atar; y como los<br />

espíritus del atardecer les infundieran nuevos alientos, Tom, María y Mr.<br />

Yates, apenas volvieron a reunirse todos en el sofá, fueron a sentarse en<br />

una mesa aparte y abrieron la obra, dispuestos a estudiar y solucionar<br />

sus posibles dificultades; y empezaban a entrar de lleno en el asunto<br />

cuando fueron agradablemente interrumpidos por la aparición de Mr. y<br />

miss Crawford, los cuales, a pesar de lo tarde, lo obscuro y lo brumoso<br />

de la hora y del tiempo, no pudieron pasarse sin ir y viéronse acogidos<br />

por la más cordial y alegre de las bienvenidas.<br />

«Bueno, ¿cómo va eso?» y «¿Qué nuevos acuerdos habéis tomado?» y<br />

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