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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

237<br />

––No, señora, es a miss Price; estoy seguro de que es a miss Price.<br />

Y acompañó a sus palabras de una media sonrisa que quería decir: «No<br />

creo que usted sirviera para el caso, en absoluto».<br />

Tía Norris, muy contrariada, tuvo que calmarse antes de poder<br />

reanudar la labor; y Fanny, agitada por la certeza de lo que la esperaba,<br />

salió para encontrarse un minuto después, como había supuesto, a solas<br />

con Mr. Crawford.<br />

CAPÍTULO XXXIII<br />

La entrevista no fue tan corta ni tan decisiva como había previsto. El<br />

galán no se conformó tan fácilmente. Estaba dispuesto a perseverar,<br />

tanto como pudiera desearlo sir Thomas. Tenía una vanidad que le<br />

llevaba decididamente, en primer lugar, a creer que ella le amaba,<br />

aunque tal vez sin saberlo; y después, al verse finalmente obligado a<br />

reconocer que ella sabía cuáles eran sus propios sentimientos, a estar<br />

convencido de que con el tiempo podría lograr que esos sentimientos<br />

llegaran a ser lo que él quería.<br />

Estaba enamorado, muy enamorado; y era el suyo un amor que, al<br />

actuar sobre un espíritu vivo, vehemente, más ardiente que delicado,<br />

hacía que el cariño de Fanny le pareciese más importante por serle<br />

negado, y le llevó a la decisión de conseguir el triunfo, tanto como la<br />

felicidad, al obligarla a que le amase.<br />

No desesperaría, no iba a desistir. Tenía bien fundados motivos para<br />

una firme constancia; la sabía poseedora de todas las virtudes que<br />

pudieran justificar la más ardiente esperanza de hallar a su lado una<br />

perdurable felicidad; su misma conducta de aquella ocasión, al poner de<br />

manifiesto el desinterés y delicadeza de su carácter (cualidades que él<br />

consideraba muy raras, desde luego), contribuía a avivar sus deseos y a<br />

confirmarle en su decisión. No sabía que atacaba a un corazón ya<br />

comprometido. De eso, no tenía la menor sospecha. Más bien la<br />

consideraba una muchacha que no había nunca detenido lo bastante su<br />

pensamiento en esas cosas para estar en peligro; que de ello la había<br />

protegido su juventud..., una juventud espiritual tan encantadora como<br />

la de su cuerpo; a quien la modestia había impedido entender el sentido<br />

de las atenciones que él le prodigara, y que estaba todavía aturdida por<br />

lo repentino de unos requerimientos tan absolutamente inesperados, así<br />

como por la novedad de una situación que su fantasía nunca había<br />

llegado a soñar.<br />

¿No se desprendía de ello, lógicamente, que cuando fuese comprendido<br />

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