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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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con respeto», añadió:<br />

––Bueno, ¿y dónde está la avenida? La casa está orientada al Este,<br />

según veo. La avenida, por tanto, tiene que hallarse detrás. Mr.<br />

Rushworth habló de la fachada del Oeste.<br />

––Sí, está exactamente detrás de la casa; se inicia a corta distancia y<br />

desciende, en una extensión de media milla, hasta el límite del parque.<br />

Algo de ella puede verse desde aquí... algo de los árboles más distantes.<br />

Es todo roble.<br />

Miss Bertram podía hablar ahora con plena suficiencia de lo que nada<br />

sabía unos días atrás, cuando Mr. Rushworth le preguntó su opinión; y<br />

en su espíritu se agitaba toda la felicidad que puedan proporcionar el<br />

orgullo y la vanidad, cuando se detuvieron ante la amplia escalinata de<br />

piedra de la entrada principal.<br />

CAPÍTULO IX<br />

Mr. Rushworth estaba en la puerta para recibir a su hermosa dama y a<br />

todos dio la bienvenida con la debida atención. En el salón viéronse<br />

acogidos con la misma cordialidad por la madre, y María Bertram fue<br />

objeto de todos los honores que podía desear. Una vez terminadas las<br />

ceremonias motivadas por la llegada se hizo preciso, ante todo, comer; y<br />

las puertas se abrieron de par en par, a fin de que los invitados pasaran,<br />

atravesando un par de salas intermedias, al salón comedor, donde les<br />

esperaba una colación preparada con abundancia y buen gusto. Mucho<br />

se habló, mucho se comió, y todo fue bien. Luego se tomó en<br />

consideración lo referente al especial motivo de la visita. ¿Qué le parecía<br />

a Mr. Crawford, qué medio preferiría emplear para dar un vistazo a los<br />

terrenos? Mr. Rushworth hizo mención de su carrocín. Mr. Crawford<br />

sugirió la mayor conveniencia de un carruaje que admitiera más de dos<br />

personas, y añadió:<br />

––Vemos privados del favor de otros ojos y otros pareceres sería un<br />

perjuicio, incluso superior al sacrificio de estos deliciosos momentos.<br />

La señora Rushworth propuso que se empleara también el calesín; pero<br />

esto fue considerado apenas como una solución: las damiselas no<br />

sonrieron ni dijeron palabra. La siguiente proposición de la señora<br />

Rushworth, ofreciendo mostrar la casa a los que nunca habían estado<br />

allí, resultó más aceptable; pues María Bertram gustaba de que se<br />

exhibiera toda su grandeza, y los demás acogieron con agrado la<br />

perspectiva de hacer algo.<br />

Así, pues, todos se levantaron de la mesa y, guiados por la señora<br />

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