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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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irreprochable durante la ausencia del esposo: había hecho gran cantidad<br />
de tapetes y muchos metros de fleco; y con el mismo desembarazo<br />
hubiera respondido de la buena conducta y las provechosas actividades<br />
de sus hijos como de las propias. Era tan agradable para ella verle otra<br />
vez, oírle hablar, tener recreado el oído y toda su capacidad de<br />
comprensión absorbida por sus relatos, que entonces empezó a sentir de<br />
un modo singular cuan espantosamente tuvo que haberle echado de<br />
menos, y lo imposible que a ella le hubiera sido soportar una ausencia<br />
más prolongada.<br />
Tía Norris no podía compararse en modo alguno con su hermana en<br />
cuanto a felicidad. No es que la turbaran muchos temores ante la<br />
desaprobación que sir Thomas habría sin duda de manifestar en cuanto<br />
descubriese el actual estado de su casa, pues en aquel asunto había<br />
procedido con tal ofuscación de juicio que, excepto por la instintiva<br />
precaución con que hizo desaparecer la capa de seda rosa de Mr.<br />
Rusworth, en cuanto vio entrar a su hermano político, apenas podía<br />
decirse que mostrara signo alguno de alarma; pero estaba ofendida por la<br />
forma de su regreso. No le había dado ocasión de hacer nada. En vez de<br />
haberse visto requerida para ir a su encuentro fuera del salón, y verle<br />
antes que nadie, y poder difundir la buena noticia por toda la casa, sir<br />
Thomas, acaso con una muy razonable consideración a los nervios de su<br />
esposa y sus hijos, no había buscado más confidente que el mayordomo,<br />
al que había seguido casi inmediatamente al interior del salón. Tía Norris<br />
se sintió defraudada, privada de unas funciones en las que siempre<br />
había confiado, ya fuera para proclamar la muerte o la llegada de su<br />
cuñado, y estaba ahora intentando ajetrearse sin tener motivo alguno de<br />
ajetreo, y procurando hacerse imprescindible donde no se requería más<br />
que tranquilidad y silencio. Si se hubiera prestado sir Thomas a comer<br />
algo, ella se hubiera dirigido al ama de llaves dándole complicadas<br />
instrucciones y hubiera insultado a los lacayos con requerimiento de<br />
premura; pero sir Thomas se negó rotundamente a cenar: no tomaría<br />
nada... nada más que el té... esperaría a que el té fuese servido. No<br />
obstante, tía Norris continuaba sugiriendo a intervalos una cosa u otra; y<br />
en el momento más interesante de la descripción de la travesía hacia<br />
Inglaterra, cuando la amenaza de un corsario francés alcanzaba su<br />
punto culminante, ella irrumpió en el relato proponiéndole una sopa:<br />
––Vaya que sí, querido Thomas; un plato de sopa te sentará mucho<br />
mejor que el té. Tomarás un plato de sopa.<br />
Sir Thomas no pudo enojarse.<br />
––Siempre la misma, siempre el mismo desvelo por el bienestar de los<br />
demás ––fue su respuesta––. Pero, te lo aseguro, sólo me apetece el té.<br />
––Pues bien, entonces, tú que eres su esposa, María, creo que deberías<br />
ordenar que sirvieran el té inmediatamente... no estaría de más que<br />
dieras un poco de prisa a Baddeley; parece que anda muy atrasado esta<br />
noche.<br />
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