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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

206<br />

––¡Tan pronto! Mi buen amigo ––dijo sir Thomas, sacando el reloj con<br />

toda la prevención necesaria––, son las tres, y su hermana no está<br />

acostumbrada a esta clase de horario.<br />

––Pues bien, entonces, Fanny, mañana no deberás levantarte antes de<br />

que yo parta. Duerme cuanto puedas y no te preocupes por mí.<br />

––¡Oh, William!<br />

––¡Cómo! ¿Pensabas estar levantada para la hora de la despedida?<br />

––¡Oh, sí, tío! ––exclamó Fanny, abandonando el asiento con ansiedad<br />

para acercarse a sir Thomas––. Debo levantarme y desayunar con él.<br />

Será la última vez, ¿sabe usted?... la última mañana.<br />

––Sería mejor que no lo hicieras. Tiene que haberse desayunado y estar<br />

a punto de marcha a las nueve y media. Mr. Crawford: creo que vendrá<br />

usted a buscarle a las nueve y media, ¿no es cierto?<br />

Sin embargo, Fanny mostraba un deseo demasiado ferviente y había en<br />

sus ojos demasiadas lágrimas para negarle aquella satisfacción; y la cosa<br />

terminó con un benévolo «bueno, bueno», que era una autorización.<br />

––Sí, a las nueve y media ––dijo Crawford a William, al tiempo que éste<br />

se alejaba––; y seré puntual, porque allí no habrá hermana cariñosa que<br />

se levante por mí ––y en tono más bajo, dirigiéndose a Fanny––: sólo<br />

habrá una casa desolada de donde huir. Su hermano encontrará<br />

mañana mi concepto del tiempo muy distinto del suyo.<br />

Al cabo de una breve reflexión, sir Thomas rogó a Crawford que les<br />

acompañara en el desayuno por la mañana, en vez de tomarlo solo.<br />

También él, el propio sir Thomas, asistiría. Y la prontitud con que su<br />

invitación fue aceptada le convenció de que sus sospechas, nacidas en<br />

gran parte de aquel baile, tenía que confesárselo, eran fundadas. Mr.<br />

Crawford estaba enamorado de Fanny. Y él preveía con agrado lo que<br />

había de suceder. Su sobrina, entretanto, no pudo agradecerle lo que<br />

acababa de hacer. Había esperado tener a William dedicado<br />

exclusivamente a ella, la última mañana. Hubiera sido una complacencia<br />

inefable. Pero aunque sus deseos se vieran desbaratados, no había<br />

ánimo de queja en su interior. Por el contrario, estaba tan poco<br />

acostumbrada a que consultaran su gusto, o a que las cosas salieran a la<br />

medida de sus deseos, que se sintió más propensa a maravillarse y<br />

congratularse por haber conseguido tanto, que a lamentar la<br />

contrariedad posterior.<br />

Poco después, sir Thomas volvió a entrometerse un poco en sus<br />

preferencias, al aconsejarle que fuera a acostarse inmediatamente.<br />

«Consejo» fue la palabra, pero era el consejo del poder absoluto, y ella no<br />

tuvo más remedio que levantarse y, con el adiós muy cordial de Henry,<br />

dirigirse mansamente a la puerta del salón, donde se detuvo, como «the<br />

Lady of Branxholm––Hall», un momento nada más, para contemplar el<br />

cuadro feliz y echar un último vistazo a las cinco o seis incansables<br />

parejas que seguían todavía entregadas de lleno al ejercicio; y después,<br />

empezó a subir lentamente por la escalera principal, perseguida por la<br />

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