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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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––¿De veras, lo cree usted? ––replicó él con presteza––. No, no; eso no<br />
será nunca. Está usted completamente equivocada. ¡Nada de teatro en<br />
Everingham! ¡Oh, no!<br />
Y miró a Fanny con expresiva sonrisa, que evidentemente quería<br />
significar: «Esa dama nunca admitiría un teatro en Everingham».<br />
Edmund lo vio todo, y vio a Fanny tan determinada a no verlo, como<br />
para darse perfecta cuenta de que lo dicho por Henry bastaba para que<br />
ella entendiera el exacto sentido de la protesta; y aquella rápida<br />
percepción de la galantería, aquella inmediata comprensión de lo<br />
insinuado, le pareció algo más bien favorable que negativo.<br />
La conversación se prolongó sobre el tema de la lectura en voz alta. Los<br />
dos jóvenes eran los únicos que hablaban, de pie, junto a la chimenea,<br />
comentando la comente, demasiado comente, falta de preparación; el<br />
total descuido de este aspecto en los sistemas ordinarios de enseñanza<br />
en las escuelas para niños; el consiguientemente natural (aunque en<br />
algunos casos casi innatural) grado de ignorancia y torpeza en ciertos<br />
hombres, hasta en hombres sensibles e instruidos, al verse de pronto en<br />
la precisión de leer en voz alta, como había ocurrido en varios casos que<br />
les eran conocidos; citando ejemplos de dislates y omisiones, analizando<br />
las causas secundarias, la falta de educación de la voz, de justeza en la<br />
entonación y la modulación, de sutileza y discernimiento... debido todo a<br />
la causa principal: la falta, desde un principio, de estudio y hábito. Y<br />
Fanny escuchaba de nuevo con gran interés.<br />
––Hasta en mi carrera ––dijo Edmund, sonriendo–– ¡qué poco se estudia<br />
el arte de leer! ¡Qué pocas veces se consigue un estilo claro y una buena<br />
dicción! No obstante, más he de referirme al pasado que al presente.<br />
Ahora existe un amplio espíritu de superación; pero entre los que se<br />
ordenaron hace veinte, treinta o cuarenta años, en su mayoría, a juzgar<br />
por sus demostraciones, debían creer que leer era leer y predicar era<br />
predicar. Ahora es distinto. Existe un criterio más justo sobre la<br />
cuestión. Se considera que la claridad y la energía pueden pesar en la<br />
predicación de las verdades más sólidas; además, se ha generalizado el<br />
espíritu de observación y el buen gusto, existe un juicio crítico más<br />
difundido que antaño; en cada congregación ha aumentado la proporción<br />
de los que entienden un poco en la materia y están en condiciones de<br />
juzgar y criticar.<br />
Edmund ya había practicado una vez el servicio religioso desde su<br />
ordenación; y al quedar esto de manifiesto, le dirigió Crawford una serie<br />
de preguntas relativas a sus impresiones y a su éxito; preguntas hechas,<br />
si bien con la viveza de un amistoso interés y una pronta curiosidad, sin<br />
rasgo alguno de aquel espíritu zumbón o tono de liviandad que Edmund<br />
sabía lo ofensivo que era para Fanny, de modo que las contestó con<br />
sumo placer; y cuando Crawford consultó su opinión y dio la propia<br />
acerca del modo más adecuado de recitar ciertos pasajes del oficio,<br />
demostrando haber pensado antes en aquella cuestión, y haberlo hecho<br />
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