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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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hacía muchas, muchas semanas, que habían pasado completamente<br />
separadas las dos familias. Nunca habían pasado veinticuatro horas<br />
hasta entonces, desde que empezó el mes de agosto, sin reunirse por un<br />
motivo u otro. Fue un día triste, angustioso. Y el siguiente, aunque<br />
distinto por la clase de infortunios, no los aportó en menor escala. A<br />
unos breves momentos de júbilo febril siguieron horas de agudo<br />
sufrimiento. Henry Crawford estaba otra vez en la casa: acudió con el<br />
doctor Grant, que sentía impaciencia por ofrecer sus respetos a sir<br />
Thomas, y a una hora bastante temprana fueron introducidos en el<br />
comedor de los desayunos, donde se hallaba casi toda la familia. No<br />
tardó en aparecer sir Thomas, y María vio con deleite y emoción cómo el<br />
hombre que ella amaba era presentado a su padre. Sus sensaciones eran<br />
indefinibles, y no lo fueron menos unos minutos después, cuando oyó<br />
que Henry Crawford, el cual se hallaba sentado entre ella y Tom,<br />
preguntaba a éste si había algún plan de reanudar lo de la función<br />
después de la presente y feliz interrupción (dirigiendo cortésmente una<br />
significativa mirada a sir Thomas), porque, en este caso, él se<br />
comprometía a volver a <strong>Mansfield</strong> en el momento en que fuese requerida<br />
su presencia: ahora debía marchar inmediatamente, para reunirse sin<br />
demora con su tío, en Bath: pero, si existía algún proyecto de dar la<br />
representación de «Promesas de Enamorados», se consideraría<br />
positivamente obligado, rompería cualquier otro compromiso que pudiera<br />
adquirir, condicionaría totalmente la estancia con su tío a la eventualidad<br />
de reunirse con ellos en el momento que fuera preciso. La<br />
representación de la comedia no debía perderse porque él estuviera<br />
ausente.<br />
––Desde Bath, Norfolk, Londres, York... cualquiera que sea mi paradero<br />
––dijo––... desde cualquier punto de Inglaterra me reuniré con vosotros, a<br />
la hora de recibir el aviso.<br />
Fue una suerte que en aquel momento tuviera que hablar Tom y no su<br />
hermana. Él pudo decir inmediatamente, con natural soltura:<br />
––Siento que te vayas; pero, en cuanto a nuestra comedia, esto se ha<br />
acabado ya... está completamente listo ––mirando significativamente a su<br />
padre––. El escenógrafo quedó despedido ayer, y pocos vestigios<br />
quedarán del teatro mañana. Yo ya sabía que había de ser así, desde el<br />
primer momento. Es todavía pronto para ir a Bath. No encontraréis a<br />
nadie allí.<br />
––Es, más o menos, la época en que suele ir mi tío.<br />
––¿Cuándo piensas marchar?<br />
––Es posible que hoy mismo me encuentre ya en Banbury.<br />
––¿Qué cuadras usas cuando estás en Bath? ––fue la siguiente<br />
pregunta de Tom.<br />
Y, mientras esta derivación del tema ocupó el diálogo. María, que no<br />
carecía de orgullo ni de resolución, se preparó para intervenir en la<br />
conversación, cuando le tocara el turno, con un mínimo de calma.<br />
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