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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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complaciente y acabando por lo grácil y alado de su porte.<br />

––¡Qué carácter tan animado! ––dijo, contemplándola––. Con un<br />

temperamento así, no habrá quien pueda entristecerse a su lado. ¡Y qué<br />

complaciente! Enseguida accede al deseo de los demás, uniéndose a ellos<br />

en cuanto se la requiere. ¡Qué lástima ––agregó, después de una breve<br />

reflexión–– que haya tenido que estar en tan malas manos!<br />

Fanny convino en eso, y tuvo la satisfacción de ver que él permanecía a<br />

su lado, junto a la ventana, a pesar de la anunciada canción, y que volvía<br />

como ella los ojos al exterior, cuyo espectáculo se ofrecía solemne,<br />

sedante, cautivador en la luminosidad de una noche estrellada,<br />

contrastando sobre la profunda negrura de los bosques. Fanny habló por<br />

sus sentimientos:<br />

––¡Esto es armonía! ––dijo––. ¡Esto es paz! ¡He aquí algo que deja atrás<br />

todo lo que la música y la pintura puedan expresar, y que sólo la poesía<br />

puede intentar describir! ¡Esto puede calmar toda inquietud y exaltar el<br />

espíritu hasta el arrobamiento! Cuando contemplo una noche como esta,<br />

tengo la sensación de que ni la maldad ni el dolor pueden existir en el<br />

mundo; y es seguro que de las dos cosas habría menos si se atendiera<br />

más a la sublimidad de la naturaleza y la humanidad llevara su mirada<br />

un poco más allá del círculo de mezquindades en que se encierra,<br />

contemplando un espectáculo como éste.<br />

––Me gusta ver tu entusiasmo, Fanny. Es una noche deliciosa, y muy<br />

dignos de compasión son aquellos que no han aprendido, aunque fuera<br />

hasta cierto punto, a sentir como tú... Aquellos a los que ni tan sólo se<br />

les ha iniciado en el gusto por las bellezas de la naturaleza desde la más<br />

tierna edad. No es poco lo que se pierden.<br />

––Tú fuiste quien me enseñó a pensar y sentir estas cosas, Edmund.<br />

––Y tuve una discípula muy aprovechada. Allí está Arturo, con su<br />

intenso brillo.<br />

––Sí, y la Osa. Me gustaría localizar a Casiopea.<br />

––Para eso tendríamos que salir y llegarnos al prado. ¿Te daría miedo?<br />

––En absoluto. Hemos pasado mucho tiempo sin dedicamos a la observación<br />

de las estrellas.<br />

––Es verdad; no entiendo cómo ha podido ser así ––en aquel momento<br />

empezó la canción––. Esperaremos a que hayan terminado, Fanny ––dijo<br />

entonces Edmund, poniéndose de espaldas a la ventana; y mientras<br />

adelantaba la interpretación, Fanny hubo de mortificarse al ver que<br />

también él avanzaba, aproximándose lenta y gradualmente al<br />

instrumento; y, cuando sonó el último acorde, él se hallaba ya junto a las<br />

cantoras, insistiendo más que nadie en que concedieran un bis.<br />

Fanny quedó suspirando sola junto a la ventana, hasta que la sacaron<br />

de allí los regaños de tía Norris pronosticándole un resfriado.<br />

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