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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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––Es una gran suerte que su inclinación y las conveniencias de su<br />
padre armonicen tan bien. Hay un excelente beneficio eclesiástico<br />
reservado para usted, según tengo entendido, por estos alrededores.<br />
––Y usted supone que me he dejado influir por esto.<br />
––¡Oh, no! Yo estoy segura que esto no ha influido para nada en su<br />
vocación ––terció Fanny.<br />
––Gracias por tu buena opinión, Fanny; pero dices más de lo que yo<br />
mismo podría afirmar. Al contrario, la seguridad de contar con tal<br />
destino es probable que influyese en mí. Ni creo que haya ningún mal en<br />
ello. Nunca hubo en mí una aversión natural que fuera preciso forzar, y<br />
creo que no hay razón para suponer que un hombre será peor clérigo por<br />
saber que podrá situarse enseguida. Estuve en buenas manos. Tengo la<br />
esperanza de no haber errado el camino con mi propia elección, y me<br />
consta que mi padre ha sido siempre demasiado escrupuloso para<br />
permitirlo. No tengo la menor duda de que se me ha influido, pero creo<br />
que el hecho no merece censura.<br />
––Es lo mismo que ocurre ––dijo Fanny, después de una corta pausa––,<br />
con el hijo de un almirante que ingresa en la Armada, o el de un general<br />
que ingresa en el Ejército, sin que nadie vea que haya algún mal en ello.<br />
Nadie se extraña de que elijan el campo donde hallarán más amigos<br />
dispuestos a ayudarles, ni hay quien sospeche que su entusiasmo por la<br />
profesión sea inferior a lo que correspondería.<br />
––No, querida Fanny, y hay sus razones para que así sea. La profesión,<br />
ya sea en la Marina o en el Ejército, se justifica por sí misma. No deja<br />
nada que desear: incluye heroísmo, riesgo, dinamismo, buen tono. A los<br />
soldados y a los marinos siempre se les admite en sociedad. Nadie puede<br />
extrañarse de que los hombres sean soldados o marinos.<br />
––En cambio, los móviles de un hombre que va a ordenarse teniendo un<br />
destino asegurado son muy sospechosos; esto es lo que usted piensa,<br />
¿no es cierto? ––observó Edmund––. Para que este hombre tuviera una<br />
justificación a los ojos de usted, tendría que hacerlo en la más completa<br />
incertidumbre sobre su porvenir.<br />
––¡Cómo! ¡Ordenarse sin tener un destino asegurado! No; esto sería una<br />
locura, una verdadero locura.<br />
––¿Debo preguntarle cómo se nutrirían las filas de la Iglesia, si un<br />
hombre no ha de ordenarse contando con un beneficio ni sin contar con<br />
él? No, no se le pregunto, porque es seguro que no sabía usted qué<br />
contestar. Pero de sus propios argumentos cabe deducir alguna<br />
consecuencia favorable al clérigo. Ya que éste no puede estar<br />
influenciado por esos sentimientos que usted considera tan elevados<br />
como el afán de gloria y honores que empujan a soldados y marinos a la<br />
elección de su carrera; ya que ni heroísmo, ni fama, ni galardones<br />
cuentan para él, debería estar menos expuesto a sospecha de que hay<br />
falta de sinceridad o buenas intenciones en su vocación.<br />
––Claro, sin duda será muy sincero al preferir unos ingresos<br />
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