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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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hubo de dolerse por él a cada bache, y cuando nos metimos por los<br />
fragosos caminos que se encuentran a la altura de Stoje, que con sus<br />
lechos de piedras cubiertos de nieve y escarcha eran algo mucho peor de<br />
lo que pueda caber en tu imaginación, mi angustia por él llegaba ya al<br />
paroxismo. ¡Y qué no voy a decirte de los caballos! ¡Había que ver cómo<br />
tiraban los pobrecitos animales! Ya sabes lo mucho que siempre he<br />
compadecido a los caballos. Y, cuando llegamos al pie de la colina de<br />
Sandcroft, ¿qué dirías que hice yo? Vas a reírte de mí, pero es lo cierto<br />
que me apeé y subí la cuesta andando. De veras que lo hice. Puede que<br />
no les ahorrase mucho esfuerzo, pero siempre era algo; y yo no podía<br />
soportar eso de permanecer cómodamente sentada y dejarme arrastrar<br />
hasta la cima, a expensas de esos nobles animales. Cogí un tremendo<br />
resfriado, pero esto me tuvo sin cuidado. Mi objetivo se había logrado con<br />
la visita.<br />
––Espero que siempre consideraremos la relación con esa familia, digna<br />
de todas las molestias que pudo ocasionar su establecimiento. No hay<br />
nada que resulte muy convincente en los modales de Mr. Rushworth,<br />
pero me causó satisfacción anoche con lo que parece ser su opinión en<br />
un asunto: su decidida preferencia por una tranquila reunión familiar,<br />
en vez del bullicio y la confusión inherentes al teatro casero. Parece que<br />
sus sentimientos corresponden exactamente a lo que uno pudiera<br />
desear.<br />
––Sí, desde luego; y cuanto más le conozcas tanto mejor te parecerá el<br />
muchacho. No tiene una personalidad brillante, pero posee otras mil<br />
buenas cualidades; y siente por ti una tal veneración, que casi han<br />
llegado a reírse de mí por ello. «Le aseguro a usted, señora Norris», me<br />
dijo el otro día la señora Grant, «que aunque Mr. Rushworth fuera hijo<br />
suyo no le podría tener más respeto a sir Thomas».<br />
Sir Thomas abandonó su propósito, vencido por las evasivas,<br />
desarmado por los halagos de su cuñada, y vióse obligado a darse por<br />
satisfecho con la convicción de que, cuando se trataba de una diversión<br />
inmediata para aquellos a quienes ella tanto amaba, su cariño se<br />
sobreponía a veces a su buen juicio.<br />
Sir Thomas estuvo muy ocupado aquella mañana. Poco tiempo dedicó a<br />
conversar con unos y otros. Tenía que reintegrarse a las actividades<br />
habituales de su vida en <strong>Mansfield</strong>, entrevistarse con su administrador y<br />
su mayordomo, examinar, computar y, en los intervalos de su ocupación,<br />
recorrer sus cuadras, sus jardines y las plantaciones más próximas;<br />
pero, activo y metódico en su proceder, no sólo todo esto había hecho<br />
cuando volvió a ocupar su puesto de jefe de la familia en la mesa a la<br />
hora del almuerzo, sino que, además, había dejado al carpintero<br />
trabajando en derribar todo lo que tan recientemente había levantado en<br />
el salón de billar, y había despachado al escenógrafo, con suficiente<br />
antelación para que fuese justificada su grata creencia de que el hombre<br />
se hallaba ya ahora, por lo menos, en Northampton o más lejos aún. Sí:<br />
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