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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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motivo de Fanny, quedó medianamente resignada a que ésta hiciera uso<br />
de lo que nadie más quería, aunque los términos en que a veces hablaba<br />
del favor parecían significar que se trataba de la mejor habitación de la<br />
casa.<br />
Su orientación era tan ideal, que hasta sin estufa era habitable en más<br />
de una incipiente primavera y de un fin de otoño, por la mañana, para<br />
una espíritu tan resignado como el de Fanny; y, mientras en ella entrase<br />
un rayo de sol, abrigaba la esperanza de no tener que abandonarla, ni<br />
siquiera en pleno invierno. El bienestar que le procuraba en sus horas de<br />
asueto era grande. Allí podía refugiarse después de toda escena<br />
desagradable soportada en el piso bajo, hallando inmediato consuelo en<br />
alguna ocupación o algún curso de ideas en relación con los mismos<br />
objetos de que se veía rodeada. Sus plantas, sus libros (que se había<br />
dedicado a coleccionar con afán desde el primer momento en que pudo<br />
disponer de un chelín), su mesita escritorio, sus labores caritativas e<br />
ingeniosas... todo lo tenía allí a su alcance; y cuando no se sentía en<br />
disposición de ocuparse en algo, cuando su ánimo sólo la predisponía al<br />
ensueño y a la contemplación, apenas podía mirar un objeto en aquel<br />
recinto que no suscitara en ella la evocación interesante de algún hecho<br />
ocurrido en aquel mismo sitio. Todo le era amigo o le hacía pensar en<br />
una persona amiga; y aunque allí había tenido que soportar a veces<br />
mucho sufrimiento... aunque sus razones habían sido a menudo mal<br />
interpretadas, sus sentimientos desatendidos y su intelecto<br />
menospreciado... aunque allí había conocido los tormentos del rigor, del<br />
ridículo y del desdén..., no obstante, casi toda repetición de alguna de<br />
aquellas coyunturas había conducido a algo consolador: tía Bertram<br />
había hablado en su defensa, o miss Lee la había alentado, o, lo que era<br />
más frecuente y más apreciable aún, Edmund había sido su paladín y su<br />
amigo de siempre, ya defendiendo su causa o explicando su intención, ya<br />
encareciéndole que no llorase o dándole alguna prueba de afecto que<br />
convertía su llanto en una verdadera delicia... Y el conjunto aparecía<br />
ahora tan perfectamente fundido, con unos matices tan bien<br />
armonizados por la distancia, que toda pretérita aflicción tenía su encanto.<br />
El recinto le era sumamente querido y no hubiera cambiado sus<br />
muebles por los mejores de la casa, aunque lo que ya de por sí era<br />
sencillo había recibido los malos tratos de la gente menuda. Y los<br />
principales adornos y elegancias que contenía eran: un deslucido escabel<br />
que Julia usara en sus labores, excesivamente estropeado para llevarlo a<br />
la sala de estar; tres transparencias, debidas a cierto momento en que<br />
una racha de la moda impuso las transparencias por todas partes, que<br />
cubrían los tres cristales inferiores de una ventana, donde la Abadía de<br />
Tintem tenía su sitio entre unas ruinas de Italia y un lago iluminado por<br />
la luna en Cumberland; una colección de retratos de familia<br />
considerados indignos de figurar en otro sitio, sobre la repisa de la<br />
chimenea; y al lado de éstos, apoyado contra la pared, el pequeño<br />
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