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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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para dar con él una vuelta por el salón y podía escuchar lo que contaba<br />
de sus parejas; ella era feliz al saberse admirada; y ella era feliz al tener<br />
todavía por delante los dos bailes con Edmund durante casi toda la<br />
velada, pues su mano velase requerida con tanta asiduidad que su<br />
indefinido compromiso con él seguía en continua perspectiva. Y hasta fue<br />
feliz cuando los dos bailes tuvieron lugar; pero no porque de él se<br />
desprendiera alguna corriente de animación, ni debido a unas<br />
expresiones de tierna galantería como las que habían hecho su felicidad<br />
por la mañana. Edmund tenía el ánimo decaído, fatigado, y la felicidad<br />
de Fanny se fundaba ahora en el hecho de ser ella la persona amiga<br />
cerca de la cual pudiera hallar reposo.<br />
––Estoy exhausto de cortesías ––dijo él––. He estado hablando<br />
incesantemente toda la noche, sin tener nada que decir. Pero en ti,<br />
Fanny, he de hallar reposo. No necesitarás que te hable. Permitámosnos<br />
el lujo del silencio.<br />
Fanny casi prefirió abstenerse incluso de expresar su conformidad. Una<br />
lasitud que provenía en gran parte, seguramente, de los mismos<br />
sentimientos que él había confesado aquella mañana, merecía<br />
especialmente ser respetada, y ambos se comportaron a lo largo de sus<br />
dos bailes con tan formal sobriedad como para convencer a cualquier<br />
observador de que sir Thomas no había criado una esposa para su hijo<br />
menor.<br />
La velada había procurado a Edmund poca satisfacción. Mary Crawford<br />
se mostró muy alegre al bailar con él, pero no era aquella alegría lo que<br />
podía hacerle bien; antes abatió que levantó su ánimo. Y después<br />
(porque se sintió impelido a buscar de nuevo) llegó a afligirse por<br />
completo con su modo de hablar de la profesión que él estaba ahora a<br />
punto de abrazar. Habían hablado y habían permanecido callados; él<br />
razonaba, ella ridiculizaba; y se habían separado al fin mutuamente<br />
ofendidos. Fanny, incapaz de reprimir por completo su impulso de<br />
observarlos, había visto lo bastante para estar medianamente satisfecha.<br />
Era salvaje sentirse feliz cuando Edmund estaba sufriendo; aun así,<br />
cierta felicidad le producía, y tenía que producirle, la misma convicción<br />
de que él sufría.<br />
Cuando hubieron terminado sus dos bailes con Edmund, sus deseos de<br />
seguir bailando y su resistencia habían tocado igualmente a su fin; y<br />
como sir Thomas la viera pasear, más que danzar, hacia el ocaso de sus<br />
fuerzas, sin aliento y con una mano en el costado, ordenó que se sentara<br />
definitivamente. A partir de aquel momento, Henry Crawford permaneció<br />
sentado también.<br />
––¡Pobre Fanny! ––exclamó William, llegándose a su lado para estar un<br />
momento con ella y manejando el abanico de su pareja como para<br />
resucitarla––. ¡Qué pronto se ha rendido! ¡Vamos, si el deporte empieza<br />
justamente ahora! Espero que aún podremos resistir un par de horitas.<br />
¿Cómo has podido cansarte tan pronto?<br />
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