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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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deseo de evitar que se particularice con ella... Fíjese, señora Rushworth,<br />
fijese usted ahora en su rostro. ¡Qué expresión tan distinta de la que<br />
puso durante los dos últimos bailes!<br />
María parecía estar satisfecha, en efecto: en sus ojos había un brillo<br />
ilusionado y hablaba con gran animación, pues Julia y la pareja de ésta,<br />
Mr. Crawford, se encontraban a su mismo lado. Los cuatro formaban un<br />
grupo. En cuanto a la anterior expresión de su rostro, Fanny no pudo<br />
recordarla, pues había estado bailando con Edmund y no se había<br />
ocupado de su prima. Tía Norris prosiguió:<br />
––¡Es verdad delicioso, señora Rushworth, ver a los jóvenes tan<br />
perfectamente felices, tan idealmente emparejados, tan... tal para cual!<br />
No hago más que pensar en la satisfacción de sir Thomas. ¿Y qué me<br />
dice usted, señora Rushworth, de la probabilidad de otro noviazgo? Mr.<br />
Rushworth ha dado un buen ejemplo, y estas cosas se contagian pronto.<br />
La señora Rushworth, que nunca veía más que a su hijo, se mostró<br />
totalmente desorientada.<br />
––La pareja que está junto a ellos, señora mía ––indicó tía Norris––. ¿No<br />
ve usted también algún síntoma por ese lado?<br />
––¡Ah, vaya...! Miss Julia y Mr. Crawford. Sí, desde luego... una pareja<br />
muy linda. ¿Qué fortuna tiene él?<br />
––Cuatro mil al año.<br />
––No está mal. Los que no tienen más deben contentarse con lo que<br />
tienen. Cuatro mil al año ya representa una buena situación, y él parece<br />
un joven muy sano y agradable, de modo que auguro a Julia mucha<br />
felicidad.<br />
––Todavía no es cosa hecha, señora Rushworth. Sólo hablamos de ello<br />
entre los íntimos. Pero casi no tengo la menor duda de que será. Él se<br />
muestra cada vez más significativo en sus atenciones.<br />
Fanny no pudo seguir escuchando y asombrándose, pues Tom Bertram<br />
se presentó de nuevo en el salón; y, aunque se daba cuenta del gran<br />
honor que él le haría sacándola a bailar, sabía que así iba a suceder.<br />
Tom se dirigió al pequeño círculo de Fanny. Pero en vez de requerirla<br />
para el baile corrió una silla a su lado y empezó a contarle el estado en<br />
que se hallaba un caballo enfermo y la opinión del mozo de cuadra, a<br />
quien acababa de dejar. Fanny comprendió que se había equivocado y,<br />
en la modestia de su espíritu, sintió inmediatamente que había sido<br />
grande su insensatez al esperar otra cosa. Cuando él hubo agotado el<br />
tema del caballo tomó un periódico de la mesa y, mirando por encima del<br />
mismo, dijo con lánguida entonación:<br />
––Si deseas bailar, Fanny, estoy dispuesto a acompañarte.<br />
Con más que igual cortesía, ella rehusó el ofrecimiento: que no, que no<br />
sentía deseos de bailar.<br />
––Lo celebro ––dijo él entonces, en un tono mucho más animado, al<br />
tiempo que abandonaba el periódico––, porque estoy rendido de<br />
cansancio. Lo que me admira es que los demás puedan resistir tanto<br />
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