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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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––Querido hermano, no voy a creer eso de ti.<br />

––No; estoy seguro de que eres demasiado buena. Sin duda no serás<br />

tan rigurosa como Mary. Te harás cargo de la indecisión de la juventud y<br />

la inexperiencia. Soy por temperamento, enemigo de arriesgar mi<br />

felicidad obrando con precipitación. Nadie puede tener del matrimonio<br />

un concepto más elevado que el que tengo yo. Considero la bendición de<br />

una esposa como un tanto acierto se describe en los discretos versos del<br />

poeta: «Del cielo el mejor y último don».<br />

––Ahí tienes: ya ves cómo subraya cierta palabra. Y sólo tienes que<br />

fijarte en su sonrisa. Te aseguro que es detestable; las lecciones del<br />

almirante le han estropeado por completo.<br />

––Hago muy poco caso ––dijo la señora Grant–– de lo que un joven diga<br />

respecto al matrimonio. Lo que manifiestan aversión por él, es que<br />

todavía no han tropezado con la persona que les conviene.<br />

El doctor Grant se congratuló, riéndose, de que miss Crawford no<br />

sintiera tal aversión por el estado matrimonial.<br />

––¡Ah, desde luego! No me avergüenza decirlo. Me gustaría que todo el<br />

mundo se casara, con tal de poder hacerlo dignamente. No me gusta que<br />

la gente se precipite a un fracaso; pero todos deberían contraer<br />

matrimonio en cuanto pudiera hacerlo en condiciones ventajosas.<br />

CAPÍTULO V<br />

Entre el elemento joven se estableció desde el primer momento una<br />

corriente de simpatía. Por cada lado había mucho motivo de atracción, y<br />

el incipiente trato prometió convertirse en intimidad, tan pronto como la<br />

práctica de las buenas costumbres pudiera autorizarlo. La belleza de<br />

miss Crawford no perjudicaba la de las dos miss Bertram. Éstas eran<br />

demasiado hermosas para que pudieran ofenderse de que otra lo fuera<br />

también, y quedaron casi tan prendadas como sus hermanos de sus ojos<br />

negros y avispados, su tez morena y la gentileza de toda su persona. De<br />

ser alta, llena de figura y rubia, hubiese podido dar lugar a más de un<br />

disgusto; pero, tal como era, no cabía la comparación. Y con mayor<br />

facilidad se la pudo considerar una muchacha agraciada y gentil,<br />

mientras ellas seguían siendo las más hermosas de la comarca.<br />

El hermano no era guapo. No; cuando le vieron por primera vez les<br />

pareció de lo más vulgar: feo y vulgar. Pero, no obstante, no dejaba de<br />

ser un gentleman, de trato agradable. En una segunda ocasión ya resultó<br />

que no era tan vulgar: lo era, sin duda alguna, pero tenía en cambio<br />

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