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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

177<br />

Bertram, tuvo que seguir encargándose de su suerte y prestigio durante<br />

toda la velada, pues si al iniciarse el juego la rapidez de Henry le<br />

ahorraba a la dama hasta el trabajo de mirar sus cartas, tuvo que<br />

guiarla en todo cuanto debía hacer con ellas hasta que terminó.<br />

Él estaba de excelente humor, todo lo hacía con feliz desenvoltura,<br />

mostrándose superlativo en toda suerte de ocurrencias oportunas,<br />

rápidos recursos y atrevidas alusiones que pudieran hacer honor al<br />

juego; y la mesa redonda ofrecía, en conjunto, un contraste muy<br />

animado al lado de la rígida sobriedad y el ordenado silencio de la otra.<br />

En dos ocasiones se había interesado sir Thomas por la diversión y los<br />

éxitos de su esposa, pero en vano; no había pausa lo bastante larga para<br />

el tiempo que su proceder mesurado requería; y muy poco pudo saberse<br />

de lo que le ocurría a la dama, hasta que la señora Grant, al finalizar el<br />

primer desempate, tuvo ocasión de acercarse a ella y hacerle un<br />

cumplido.<br />

––Espero que le agradará a usted el juego.<br />

––Oh, sí, querida. Muy entretenido, por cierto. Un juego muy curioso.<br />

No entiendo nada de lo que ocurre. Nunca llego a ver mis cartas; y Mr.<br />

Crawford hace todo lo demás.<br />

––Bertram ––dijo Henry, un momento después, aprovechando cierta<br />

languidez ' en el desarrollo de la partida––, aún no le he contado lo que<br />

me sucedió ayer al volver a casa.<br />

Habían ido los dos de caza y, a la mitad de una buena batida, a cierta<br />

distancia de <strong>Mansfield</strong>, descubrió Henry que su caballo había perdido<br />

una herradura, lo cual le obligó a abandonar el terreno y efectuar el<br />

regreso lo mejor que pudiera.<br />

––Le conté que había perdido el camino cuando hube dejado atrás<br />

aquella antigua granja de los tejos, porque soy acérrimo enemigo de<br />

preguntar; pero no le he contado a usted que con mi habitual buena<br />

suerte, pues nunca me equivoco sin salir ganando, me encontré en<br />

buena hora en el mismísimo lugar que tenía gran curiosidad de conocer.<br />

De pronto, al doblar el recodo de un suave declive, me encontré en medio<br />

de una pequeña aldea solitaria entre colinas de escasa elevación, ante un<br />

riachuelo que vadear, una iglesia levantada sobre una especie de loma a<br />

mi derecha (iglesia que me pareció sorprendentemente grande y hermosa<br />

para el lugar) y sin una mansión señorial o medio señorial por ninguna<br />

parte, excepto una (seguramente la rectoría) a tiro de piedra de las<br />

citadas loma e iglesia. En una palabra, me encontré en Thornton Lacey.<br />

––Parece algo así ––dijo Edmund––; pero ¿qué camino siguió usted<br />

después de pasar por la granja de Sewell?<br />

––Yo no contesto esas preguntas insidiosas e inoportunas; mas, a pesar<br />

de todas las preguntas que pudiera hacerme durante una hora, jamás<br />

podría demostrarme que aquello no era Thornton Lacey... porque lo era,<br />

con toda seguridad.<br />

––¿Lo preguntó, entonces?<br />

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