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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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produjera realmente en Henry Crawford, lo cierto es que provocó cierta<br />
sensación de angustia en otras dos personas, dos de sus oyentes más<br />
atentas: Mary y Fanny. Una de ellas, como nunca había dado en pensar<br />
que Thornton Lacey iba a ser tan pronto y tan por completo la residencia<br />
de Edmund, estaba considerando, baja la mirada, lo que representaría<br />
no verle todos los días; y la otra, arrancada del grato mundo de fantasía<br />
a que se había abandonado unos momentos antes cediendo al poder<br />
descriptivo de su hermano, y no pudiendo ya, de acuerdo con el cuadro<br />
que se había formado de un Thornton futuro, excluir la iglesia, anular al<br />
clérigo y ver sólo la respetable, elegante modernizada y probable<br />
residencia de un hombre de fortuna independiente, iba considerando a<br />
sir Thomas, con decidida animadversión, como el destructor de todo<br />
aquello, y sufría aún más por la tolerancia que la condición y los modales<br />
del barón imponían, y por no atreverse a buscar alivio en un solo intento,<br />
siquiera, de ridiculizar su causa.<br />
Todo lo agradable de su juego especulativo estaba listo por aquel día.<br />
Era llegado el momento de abandonar las cartas si habían de prevalecer<br />
los sermones; y se alegró de que fuera necesario poner punto final y de<br />
poder renovar su ánimo con un cambio de lugar y de vecino.<br />
Los presentes se hallaban ahora, en su mayoría, reunidos<br />
irregularmente en tomo al fuego, esperando el momento de dar la velada<br />
por definitivamente terminada. William y Fanny eran los más separados<br />
del grupo. Se habían sentado los dos a la otra mesa de juego<br />
abandonada, y allí estuvieron hablando muy a gusto, sin pensar en los<br />
demás, hasta que alguien de los demás empezó a pensar en ellos. Henry<br />
Crawford fue el primero en orientar su silla en aquella dirección, y<br />
permaneció observándoles en silencio por espacio de unos minutos,<br />
mientras él, a su vez, era observado por sir Thomas, que estaba<br />
charlando, de pie, con el doctor Grant.<br />
––Esta noche se celebra la reunión ––decía William––. De hallarme en<br />
Portsmouth, acaso hubiera asistido.<br />
––Pero tú no desearías hallarte en Portsmouth, ¿verdad, William?<br />
––No, Fanny; te aseguro que no. Bastante me hartaré de Portsmouth y<br />
de bailar también, cuando no te tenga a mi lado. Y no sé qué podría<br />
buscar de nuevo en la fiesta, pues no encontraría pareja. Las jovencitas<br />
de Portsmouth arrugan la nariz ante cualquiera que no tenga un empleo.<br />
Un guardiamarina es como si no fuera nada. Y uno no es nada, desde<br />
luego. ¿Recuerdas a las Gregory? Se han convertido en unas chicas<br />
asombrosamente guapas, pero apenas se dignan dirigirme la palabra,<br />
porque a Luzy la corteja un teniente.<br />
––¡Oh, qué vergonzoso, qué vergonzoso! Pero no te preocupes por ello,<br />
William ––y mientras esto decía, sus mejillas aparecían rojas de<br />
indignación––. No vale la pena tomarlo en consideración. No hay ofensas<br />
directa para ti, eso no es más que lo experimentado por todos los<br />
grandes almirantes en su tiempo, más o menos. Debes considerarlo así,<br />
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