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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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Fanny y el viejo cochero que la acompañaba siempre que no salía con<br />
sus primas estuvieran listos para la marcha. Al segundo día de prueba<br />
ya no se procedió con tanto escrúpulo. Tal era el gusto de Mary por<br />
montar, que no sabía como dejarlo. Ágil, valerosa, aunque algo pequeña,<br />
de firme complexión, parecía nacida para amazona; y al puro y genuino<br />
placer del ejercicio quizás habría de añadir algo consistente en la<br />
presencia e instrucciones de Edmund, y aún algo más relativo a la<br />
convicción de que ella superaba en mucho a las personas de su sexo en<br />
general por la rapidez de sus progresos, todo lo cual contribuía sin duda<br />
a que sintiera muy pocas ganas de descabalgar. Fanny estaba lista y<br />
esperando. La señora Norris empezaba a regañarla por no haber salido, y<br />
todavía no se anunciaba la llegada del caballo ni Edmund aparecía. Para<br />
esquivar a su tía y buscarle a él, Fanny salió.<br />
Las dos casas, aunque apenas distaban media milla, no quedaban a la<br />
vista una de otra; pero andando cincuenta yardas desde la puerta del<br />
vestíbulo, pudo dominar el parque y echar una ojeada a la rectoría y su<br />
heredad, que se extendía en suave declive al otro lado de la carretera; y<br />
en la pradera del doctor Grant descubrió enseguida el grupo: Edmund y<br />
Mary, ambos a caballo, cabalgando hombro con hombro, y el doctor<br />
Grant con su esposa, Henry y dos o tres palafreneros, todos de pie,<br />
mirándolos. A ella le pareció una feliz concentración: todos interesados<br />
en un solo objeto. Y que lo pasaban bien, sin duda alguna, pues hasta<br />
ella llegaba el ruido de sus animadas voces. Ruido de voces alegres que<br />
no podía alegrarla. Se sorprendió de que Edmund se hubiera olvidado<br />
por completo de ella, y esto la afligió muchísimo. No podía apartar los<br />
ojos de la pradera, no pudo dejar de observar cuanto allí ocurría.<br />
Primero, miss Crawford y su acompañante dieron la vuelta al circuito del<br />
campo, que no era pequeño, a paso lento; después, sugerido por ella a lo<br />
que parecía, se lanzaron a un medio galope, y Fanny, debido a su natural<br />
algo medroso, quedó asombrada al ver lo bien que la otra se mantenía en<br />
la montura. Al cabo de unos minutos se pararon por completo. Edmund<br />
estaba muy junto a ella... le decía algo; evidentemente, le estaba<br />
enseñando el manejo de la brida... le tenía la mano cogida. Fanny lo vio,<br />
o tal vez la imaginación suplía lo que la vista no alcanzaba a distinguir.<br />
No tenía que asombrarse por todo ello. ¿Podía haber algo más natural<br />
que eso de que Edmund procurara ser útil e hiciera gala de sus<br />
bondades cerca de quien fuese? Fanny hubo de decirse, eso sí, que<br />
Henry hubiese muy bien podido ahorrarle la molestia... que hubiera sido<br />
muy propio y muy correcto en un hermano el encargarse de aquel<br />
asunto; pero Mr. Crawford, a pesar de todas sus cacareadas bondades y<br />
todo su presunto arte de manejar, probablemente no entendía nada en el<br />
asunto y, desde luego, no tenía nada de efectivamente amable<br />
comparado con Edmund. Después, Fanny pensó que era bastante duro<br />
para la yegua atender a aquella doble obligación que le había sido<br />
impuesta; si de ella se olvidaban, había que acordarse de la pobre yegua.<br />
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