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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

49<br />

Fanny y el viejo cochero que la acompañaba siempre que no salía con<br />

sus primas estuvieran listos para la marcha. Al segundo día de prueba<br />

ya no se procedió con tanto escrúpulo. Tal era el gusto de Mary por<br />

montar, que no sabía como dejarlo. Ágil, valerosa, aunque algo pequeña,<br />

de firme complexión, parecía nacida para amazona; y al puro y genuino<br />

placer del ejercicio quizás habría de añadir algo consistente en la<br />

presencia e instrucciones de Edmund, y aún algo más relativo a la<br />

convicción de que ella superaba en mucho a las personas de su sexo en<br />

general por la rapidez de sus progresos, todo lo cual contribuía sin duda<br />

a que sintiera muy pocas ganas de descabalgar. Fanny estaba lista y<br />

esperando. La señora Norris empezaba a regañarla por no haber salido, y<br />

todavía no se anunciaba la llegada del caballo ni Edmund aparecía. Para<br />

esquivar a su tía y buscarle a él, Fanny salió.<br />

Las dos casas, aunque apenas distaban media milla, no quedaban a la<br />

vista una de otra; pero andando cincuenta yardas desde la puerta del<br />

vestíbulo, pudo dominar el parque y echar una ojeada a la rectoría y su<br />

heredad, que se extendía en suave declive al otro lado de la carretera; y<br />

en la pradera del doctor Grant descubrió enseguida el grupo: Edmund y<br />

Mary, ambos a caballo, cabalgando hombro con hombro, y el doctor<br />

Grant con su esposa, Henry y dos o tres palafreneros, todos de pie,<br />

mirándolos. A ella le pareció una feliz concentración: todos interesados<br />

en un solo objeto. Y que lo pasaban bien, sin duda alguna, pues hasta<br />

ella llegaba el ruido de sus animadas voces. Ruido de voces alegres que<br />

no podía alegrarla. Se sorprendió de que Edmund se hubiera olvidado<br />

por completo de ella, y esto la afligió muchísimo. No podía apartar los<br />

ojos de la pradera, no pudo dejar de observar cuanto allí ocurría.<br />

Primero, miss Crawford y su acompañante dieron la vuelta al circuito del<br />

campo, que no era pequeño, a paso lento; después, sugerido por ella a lo<br />

que parecía, se lanzaron a un medio galope, y Fanny, debido a su natural<br />

algo medroso, quedó asombrada al ver lo bien que la otra se mantenía en<br />

la montura. Al cabo de unos minutos se pararon por completo. Edmund<br />

estaba muy junto a ella... le decía algo; evidentemente, le estaba<br />

enseñando el manejo de la brida... le tenía la mano cogida. Fanny lo vio,<br />

o tal vez la imaginación suplía lo que la vista no alcanzaba a distinguir.<br />

No tenía que asombrarse por todo ello. ¿Podía haber algo más natural<br />

que eso de que Edmund procurara ser útil e hiciera gala de sus<br />

bondades cerca de quien fuese? Fanny hubo de decirse, eso sí, que<br />

Henry hubiese muy bien podido ahorrarle la molestia... que hubiera sido<br />

muy propio y muy correcto en un hermano el encargarse de aquel<br />

asunto; pero Mr. Crawford, a pesar de todas sus cacareadas bondades y<br />

todo su presunto arte de manejar, probablemente no entendía nada en el<br />

asunto y, desde luego, no tenía nada de efectivamente amable<br />

comparado con Edmund. Después, Fanny pensó que era bastante duro<br />

para la yegua atender a aquella doble obligación que le había sido<br />

impuesta; si de ella se olvidaban, había que acordarse de la pobre yegua.<br />

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