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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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temores. Ella le había recibido, dijo Edmund, con un semblante serio...<br />

sí, realmente serio... y hasta afligido; pero antes de que él fuera capaz de<br />

pronunciar una frase inteligible, ella había ya enfocado el tema de un<br />

modo que, lo confesaba, le había dejado perplejo.<br />

«Me enteré de que estaba usted en Londres», me dijo. «Deseaba verle.<br />

Hablemos de este triste asunto. ¿Hay algo que pueda igualarse a la<br />

locura de nuestros dos parientes?» Yo no pude contestar, pero creo que<br />

mi actitud habló por mí. Ella se sintió censurada. ¡Qué aguda es a veces<br />

su sensibilidad! Entonces, con un aire y un tono más graves, añadió: «No<br />

pretendo defender a Henry a costa de su hermana». Así empezó; pero lo<br />

que dijo a continuación, Fanny, no se presta... casi no se presta a que te<br />

lo repita. No recuerdo todas sus palabras. Ni me detendría en ellas si<br />

pudiera recordarlas. En substancia, fueron la expresión de un gran<br />

berrinche por la locura de los fugitivos. Reprochaba a su hermano la<br />

necedad de dejarse arrastrar por una mujer que siempre le tuvo sin<br />

cuidado, de haberse prestado a lo que le haría perder a la mujer que<br />

adoraba; pero censuraba, aún más la insensatez de María por haber<br />

sacrificado su magnífica posición, sumergiéndose en un mundo de<br />

dificultades, con la ilusión de ser realmente amada por un hombre que<br />

ya mucho antes le había mostrado su indiferencia. Figúrate cuál no seria<br />

mi impresión. Oír a la mujer a quien... ¡Calificarlo de locura nada más!<br />

¡Examinarlo todo con aquella complacencia, con tanta ligereza, con tanta<br />

frialdad! ¡Nada de repugnancia, ni horror, ni femineidad! ¿He de decir,<br />

acaso, sin púdica aversión? Esto es lo que el mundo consigue. ¿Pues<br />

dónde, Fanny, encontraríamos una mujer mejor dotada por la<br />

naturaleza? ¡Estropeada, echada a perder!<br />

Después de una breve reflexión, prosiguió con una especie de calma<br />

desesperada.<br />

––Te lo contaré todo y habré terminado para siempre. Mary lo veía sólo<br />

como una locura, y una locura infamada sólo por el escándalo. La falta<br />

de una elemental discreción, de precaución; que él fuera a Richmond<br />

para todo el tiempo que ella estuvo en Twickenham; que ella pusiera su<br />

fama en manos de una sirvienta... En una palabra, era el<br />

descubrimiento... ¡Oh, Fanny! ¡Era la falta de reserva, no la misma falta,<br />

lo que ella censuraba! Era la imprudencia, que había llevado las cosas a<br />

un extremo, obligando a su hermano a abandonar sus proyectos más<br />

queridos para huir con ella.<br />

Hizo una pausa.<br />

––¿Y qué ––preguntó Fanny, creyéndose obligada a expresar algo––, qué<br />

pudiste tú decir?<br />

––Nada, nada que resultara comprensible. Estaba como atontado. Ella<br />

continuó; empezó a hablar de ti... sí, entonces empezó a hablar de ti,<br />

lamentando, lo mejor que pudo, la pérdida de semejante... Sobre esto<br />

habló con mucho discernimiento. Pero es que a ti siempre te hizo<br />

justicia. «Henry se ha perdido una mujer», dijo, «como nunca volverá a<br />

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