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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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había de notar que él trataba de complacerla dedicándole cuantas<br />
atenciones podía. ¿No estuvo, en el baile, por entero consagrado a usted?<br />
Y aun antes del baile: ¡la gargantilla! ¡Oh!, la recibió usted apreciando su<br />
significado, tan a sabiendas como pudiera desearlo un corazón, lo<br />
recuerdo perfectamente.<br />
––¿Quiere usted decir, entonces, que su hermano sabía de antemano lo<br />
de la gargantilla? ¡Oh, miss Crawford! Eso no fue leal.<br />
––¡Sí lo sabía! Todo fue obra suya, idea suya. Me avergüenza decir que<br />
a mí no se me había ocurrido; pero me encantó intervenir a propuesta<br />
suya, en beneficio de los dos.<br />
––No diré ––replicó Fanny–– que no sintiera algún temor en aquella ocasión,<br />
pues noté algo en su mirada que me asustó; pero no al principio.<br />
Nada sospeché al principio... nada, en absoluto. Es esto tan cierto como<br />
que ahora estoy sentada aquí. Y de haberlo sospechado, nada hubiese<br />
podido inducirme a aceptar el presente. En cuanto al comportamiento de<br />
su hermano, en efecto, noté algo especial. Lo venía notando desde hacía<br />
poco tiempo, quizá dos o tres semanas; pero consideré que no significaba<br />
nada; interpreté simplemente que era su modo habitual, y estaba tan<br />
lejos de suponer como de desear que se hiciera algún pensamiento serio<br />
con relación a mí. Yo no fui, miss Crawford, una observadora poco atenta<br />
de lo que ocurría entre él y cierta persona de esta familia, durante el<br />
verano y el otoño pasados. Estuve callada, pero no ciega. Y pude ver que<br />
Mr. Crawford se permitía galanterías que no significaban nada.<br />
––¡Ah! No puede negarlo. Se ha entregado de vez en cuando a<br />
lamentables devaneos, importándole muy poco el estrago que puede<br />
causar en los corazones femeninos. Muchas veces le he reñido por ello;<br />
pero es su único defecto. Y he de decir que muy pocas jovencitas<br />
merecen que sus sentimientos sean tenidos en cuenta. Por otra parte,<br />
Fanny, ¡qué gloria la de tener cautivo al hombre a quien tantas niñas<br />
casaderas han lanzado el anzuelo, la de tenerlo una en su poder para<br />
ajustarle todas las cuentas contraídas con nuestro sexo! ¡Oh!, estoy<br />
segura de que no cabe en la idiosincrasia femenina rechazar semejante<br />
triunfo.<br />
Fanny meneó la cabeza.<br />
––No puedo considerar bien a un hombre que juega con los<br />
sentimientos de cualquier mujer; con ello se causan a menudo<br />
sufrimientos mayores de que lo pueda suponer un observador<br />
circunstancial.<br />
––No le defiendo: lo dejo por entero a merced de usted; y cuando él la<br />
tenga en Everingham, no me importa que le predique tanto como quiera.<br />
Pero una cosa debe tener en cuenta: que su defecto, eso de gustarle que<br />
las chicas se enamoren un poco de él, no es ni la mitad de peligroso para<br />
la felicidad de una mujer que una propensión a enamorarse él mismo,<br />
cosa a la que nunca tuvo afición. Y creo, seriamente y de verdad, que ha<br />
quedado prendado de usted como nunca lo estuvo de ninguna; que la<br />
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