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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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tarde, pero él no está preparado; y, aunque lo estuviera, no creo que yo<br />
pudiese salir del paso con él, sin antes haberme curtido un poco. Pues,<br />
la verdad, hay dos o tres frases que... ¿Será usted tan amable? ¿Verdad<br />
que sí?<br />
Fanny fue de lo más cortés en sus contestaciones afirmativas, aunque<br />
no pudo darlas con voz muy segura.<br />
––¿Ha dado alguna vez, por casualidad, un vistazo a la parte a que me<br />
refiero? ––prosiguió miss Crawford, abriendo su libro––. Aquí está. No le<br />
concedía gran importancia al principio; pero, ya le digo yo que... Por<br />
ejemplo, fijese en este párrafo, y en este, y en este. ¿Cómo voy a ser<br />
capaz de mirarle al rostro y decir tales cosas? ¿Se atrevería usted a<br />
hacerlo? Y aún, de todos modos, usted es su prima, y ahí está la gran<br />
diferencia. Debe usted ensayarlo conmigo, de modo que pueda<br />
imaginarme que usted es él y acostumbrarme gradualmente. A veces<br />
tiene usted algo que recuerda a él.<br />
––¿De veras? Haré lo que pueda con toda mi voluntad; pero tendré que<br />
leer el papel, pues de memoria casi no lo sé.<br />
––Es natural que no lo sepa en absoluto. Lo leerá usted, desde luego.<br />
Manos a la obra. Es necesario tener dos sillas a mano, para que usted<br />
las lleve hasta la boca del escenario. Aquí están... excelentes sillas<br />
escolares, que no fueron hechas para un teatro, diría yo; mucho más<br />
adecuadas para que se sientan en ellas pequeñas niñas y las golpeen con<br />
sus pies mientras aprenden la lección. ¿Qué dirían su institutriz y su tío<br />
al ver que las usamos para tales fines? Si pudiera vernos sir Thomas en<br />
estos momentos, sin duda se tiraría de los pelos, pues estamos<br />
ensayando por toda la casa. Yates está bramando en el comedor. Pude<br />
oírle al subir por la escalera. Y el escenario está ocupado, naturalmente,<br />
por ese par de «ensayadores» infatigables, Agatha y Frederick. Si cuando<br />
llegue el caso no lo hacen a la perfección, habré de asombrarme. Dicho<br />
sea de paso, entre a echarles un vistazo hace cinco minutos, y estaban<br />
precisamente en uno de los momentos en que procuran no abrazarse; y<br />
Mr. Rushworth se encontraba a mi lado. A mí me pareció que el hombre<br />
empezaba a amoscarse, de modo que intenté distraerlo lo mejor que supe<br />
y, a tal efecto, le susurré al oído: «Tendremos una excelente Agatha; hay<br />
algo tan maternal en sus maneras... ¡es tan perfectamente maternal su<br />
voz y su expresión!» ¿No le parece que hice bien? El muchacho se puso<br />
de buen humor en el acto. Bueno, vamos por mi soliloquio.<br />
Mary empezó, y Fanny le prestó su concurso con toda la sensación de<br />
modestia que la conciencia de estar sustituyendo a Edmund tenía<br />
forzosamente que producirle, pero con un semblante y una voz tan<br />
auténticamente femeninos que difícilmente podían sugerir la presencia<br />
de un hombre. Ante semejante Anhalt, sin embargo, miss Crawford tenía<br />
suficientes arrestos; y habían llegado a la mitad de la escena cuando un<br />
golpecito en la puerta introdujo una pausa, y la entrada de Edmund, a<br />
continuación, suspendió el ensayo.<br />
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