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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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deseado que se casaran, aunque las veinte mil libras de ella fueran<br />

cuarenta mil.<br />

Para Fanny no había duda de que Edmund quedaba para siempre<br />

apartado de miss Crawford; y sin embargo, en tanto no supo que él<br />

pensaba lo mismo, no le bastó a Fanny su propia convicción. Creía que él<br />

pensaba así, pero necesitaba asegurarse de ello. De haber querido<br />

Edmund hablarle ahora con la misma franqueza de antes, que a veces<br />

había resultado excesiva para ella, hubiera sido un gran consuelo. Pero<br />

esto, bien lo veía Fanny, no había que esperarlo. Le veía raras veces, y<br />

nunca solo; probablemente evitaba encontrarse a solas con ella. ¿Qué<br />

podía inferirse de tal actitud? Que su juicio sometía por entero su<br />

privativo e íntimo dolor a la parte de amargura que le correspondía en<br />

aquella aflicción familiar; o bien que lo sentía con demasiada agudeza<br />

para hacerlo objeto de la menor confidencia. Éste debía ser el estado en<br />

que se hallaba. Se sometía, pero dentro de unas agonías que no admitían<br />

palabras. Mucho, mucho habría de esperar hasta que el nombre de Mary<br />

volviera a salir de sus labios o se renovara aquel intercambio confidencial<br />

que antes existiera entre ellos.<br />

Y muy larga se le hizo la espera a Fanny. Habían llegado a <strong>Mansfield</strong> en<br />

jueves y no fue hasta el domingo por la tarde cuando Edmund empezó a<br />

hablarle del asunto. Era una lluviosa tarde de domingo, momento ideal<br />

como no existe otro para, si se tiene a mano a una persona amiga, sentir<br />

la necesidad de abrir el corazón y contarlo todo. Edmund estaba sentado<br />

junto a ella. Nadie más había en la habitación, excepto lady Bertram, que<br />

después de escuchar un emotivo sermón había llorado hasta dormirse...<br />

Era imposible no hablar; y así, con sus habituales preámbulos, sin<br />

relación apenas con lo que iba a decir, y su habitual declaración de que<br />

si quería escucharle unos minutos, sería muy breve y nunca más<br />

volvería a abusar de aquel modo de su amabilidad (Fanny no había de<br />

temer una reincidencia: sería un tema rigurosamente prohibido), se<br />

entregó al lujo de relatar circunstancias y sensaciones de primordial<br />

interés para él, a la persona de cuya afectuosa simpatía estaba<br />

plenamente convencido.<br />

Fácil es imaginar cómo le escuchaba Fanny, con qué atención y curiosidad,<br />

con qué pena y qué gusto, cómo observaba la alteración de su voz y<br />

con qué cuidado fijaba los ojos en cualquier parte, menos en él. El<br />

comienzo fue alarmante. Había visto a Mary Crawford. Se le había<br />

invitado a verla. Había recibido un billete de lady Stornaway rogándole la<br />

visita; e interpretando que ello quería significar la última, definitivamente<br />

la última entrevista con ella en nombre de una amistad, y atribuyendo a<br />

Mary todos los sentimientos de vergüenza y desventura que la hermana<br />

de Crawford hubiera debido conocer, a ella había acudido con el ánimo<br />

tan propenso a la ternura y la adhesión, que Fanny, llevada de sus<br />

temores, consideró por un momento imposible que fuera aquella la<br />

última entrevista. Pero al avanzar él en su relato se disiparon esos<br />

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