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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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pero con las cabezas llenas de algo muy distinto, especialmente si el<br />
capellán no era hombre digno de que se le mirase? Y me figuro que, en<br />
aquellos tiempos, los sacerdotes eran aun inferiores a los de ahora.<br />
Pasaron unos momentos sin que nadie contestara. Fanny se sonrojó y<br />
miró a Edmund, pero estaba demasiado enojada para hablar; y él<br />
necesitó concentrarse un poco antes de poder decir:<br />
––Su espíritu animado y bullicioso apenas le permite estar seria aun<br />
tratando de cosas serias. Nos ha trazado usted un esbozo divertido, y<br />
desde un punto de vista humano no puede decirse que no fuera así.<br />
Todos tropezamos, a veces, con la dificultad de no poder fijar nuestra<br />
atención como desearíamos. Pero si supone usted que es cosa frecuente,<br />
es decir, una debilidad convertida en hábito por negligencia, ¿qué podría<br />
esperarse de la piedad privada de esas personas? ¿Cree usted que las<br />
mentes a las que se les permite, a las que se les consiente que divaguen<br />
en la capilla, se recogerían mejor en un gabinete íntimo?<br />
––Sí, es muy probable. Cuando menos tendrían dos contingencias a su<br />
favor: habría menos motivos para distraer su atención y la prueba no<br />
sería tan larga.<br />
––La mente que no lucha contra sí misma en una de las circunstancias,<br />
creo yo que hallaría motivos de distracción en la otra; y la influencia del<br />
lugar y del ejemplo puede muchas veces suscitar mejores intenciones<br />
que las que se tuvieron a entrar. Sin embargo, admito que la mayor<br />
duración del servicio represente, a veces, un esfuerzo excesivo para la<br />
atención. Uno desearía que no fuese así; pero aún no ha transcurrido<br />
bastante tiempo desde que abandoné Oxford para olvidar lo que son los<br />
rezos de la capilla.<br />
Mientras así se hablaba, los demás invitados se habían esparcido por la<br />
capilla; y Julia hizo que Mr. Crawford se fijara en María, diciendo:<br />
––Fíjate en Mr. Rushworth y en mi hermana, uno al lado del otro, lo<br />
mismo que si fuera a celebrarse la ceremonia. ¿Verdad que parecen<br />
completamente dispuestos?<br />
Henry sonrió, como asintiendo, adelantóse hasta María y dijo, con voz<br />
que sólo ella podía oír:<br />
––No me gusta ver a miss Bertram tan cerca del altar.<br />
María dio un respingo, se apartó instintivamente unos dos pasos, pero<br />
se recobró en el acto, aparentó reír y le preguntó, en un tono de voz no<br />
mucho más alto:<br />
––¿Quisiera usted apartarme?<br />
––Temo que lo haría muy torpemente ––fue su respuesta, que<br />
acompañó de una mirada muy significativa.<br />
Julia, que al momento se reunió con ellos, siguió adelante con su<br />
broma:<br />
––La verdad, es realmente una lástima que no tenga lugar ahora<br />
mismo. Sólo falta la correspondiente licencia. Pues aquí nos hallamos<br />
todos reunidos, de modo que sería lo más práctico y agradable del<br />
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