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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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de Mr. Yates nada tuvo que ver con ello. Julia había aceptado sus<br />

atenciones durante algún tiempo, pero estaba muy lejos de pensar en<br />

aceptarle algún día; y de no haberse producido el estallido que provocó la<br />

conducta de su hermana, lo que aumentó su temor al padre y al hogar,<br />

pues imaginó que ante lo ocurrido se ejercería sobre ella una mayor<br />

severidad y sujeción, y le hizo tomar la precipitada decisión de escapar a<br />

tales horrores a todo riesgo, es probable que Mr. Yates nunca hubiera<br />

conseguido su propósito. No se había fugado llevada de sentimientos<br />

peores que los de una alarma egoísta. Le pareció que era lo único que<br />

podía hacer. El delito de María había dado lugar al desatino de Julia.<br />

Henry Crawford, estropeado por una emancipación prematura y malos<br />

ejemplos domésticos, abusó demasiado tiempo de los frívolos caprichos<br />

de una vanidad atroz. Una vez, su misma vanidad le había puesto, por<br />

una coyuntura imprevista e inmerecida, en el camino de la felicidad. De<br />

haberse conformado con la conquista del cariño de aquella tierna<br />

doncella, de haber puesto el suficiente entusiasmo para vencer la<br />

resistencia, para ganarse con su proceder la estimación y la ternura de<br />

Fanny Price, hubiera tenido de su parte todas las probabilidades de éxito<br />

y felicidad. Su afecto había ya conseguido algo. La influencia de ella<br />

sobre él le había ya dado a él alguna influencia sobre ella. De haber<br />

merecido más, no cabe la menor duda que más hubiera obtenido, en<br />

especial una vez celebrado aquel matrimonio que había de representar<br />

para él una gran ayuda, al comprender Fanny que debía sojuzgar su<br />

primera inclinación, y al darle ocasión de verla muy a menudo. De haber<br />

perseverado, y noblemente, Fanny hubiera sido su recompensa, una<br />

recompensa que se le hubiera ofrecido muy voluntariosamente, dentro de<br />

un prudente plazo a partir del casamiento de Edmund con Mary. De<br />

haber obrado como se proponía, y como sabía que era su deber,<br />

marchando para Everingham a su regreso de Portsmouth, hubiera<br />

decidido la felicidad de su destino. Pero se le hizo presión para que se<br />

quedase, para que asistiera a la fiesta de la señora Fraser; se quedó por<br />

el halago a su vanidad, y porque allí se encontraría con la joven señora<br />

Rushworth. Curiosidad y vanidad se dieron cita, y la tentación del placer<br />

inmediato fue demasiado fuerte para un espíritu no acostumbrado a<br />

sacrificar nada al deber. Decidió aplazar su viaje a Norfolk, resolvió que<br />

una carta serviria para el caso, o que el caso carecía en sí de<br />

importancia, y se quedó. Vio a la hermosa señora Rushworth, fue<br />

recibido por ella con una frialdad que hubiera debido parecerle repulsiva<br />

y establecer para siempre una aparente indiferencia entre los dos; pero<br />

se sintió mortificado, no pudo soportar eso de verse rechazado por la<br />

mujer cuyas sonrisas habían estado tan por completo rendidas a sus<br />

órdenes; debía esforzarse en dominar tan orgullosa exhibición de<br />

resentimiento; no era más que enojo a causa de Fanny; tenía que sacar<br />

ventaja de ello y hacer de la señora Rushworth otra vez aquella María<br />

Bertram, en cuanto al modo de tratarle.<br />

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