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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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habría de triunfar? Él lo creía a pies juntillas. Un amor como el suyo, en<br />
un hombre como él, podía contar con que, perseverando, se vería<br />
correspondido, y a no muy largo plazo; y le entusiasmaba hasta tal punto<br />
la idea de obligarla a quererle en muy poco tiempo, que apenas se dolía<br />
de que no le quisiera ya. Tener que vencer una pequeña dificultad no era<br />
un mal para Henry Crawford; era algo que más bien le espoleaba. Ya<br />
había comprobado su actitud para ganar corazones con excesiva<br />
facilidad. Ahora se hallaba ante una situación nueva y excitante.<br />
Para Fanny, sin embargo, que demasiadas contrariedades había<br />
conocido durante su vida para ver en ello el menor encanto, todo eso era<br />
ininteligible. Le veía empeñado en perseverar. Pero cómo podía ser capaz,<br />
después de haberla oído expresarse en el lenguaje que ella se consideró<br />
obligada a emplear, no alcanzaba a comprenderlo. Le dijo que no le<br />
amaba, que no podía amarle, que estaba segura de que no le amaría<br />
jamás; que semejante cambio en sus sentimientos era totalmente<br />
imposible; que era una cuestión muy dolorosa para ella; que había de<br />
rogarle que nunca volviese a mencionarla, que la dejara marchar sin<br />
retenerla más y considerase el asunto terminado para siempre. Y como él<br />
siguiera presionando, añadió que, en su opinión, tenían unos gustos tan<br />
opuestos, que hacían incompatible un mutuo afecto; y que no podían ser<br />
el uno para el otro debido al carácter, formación y hábitos respectivos.<br />
Todo esto le había dicho, con la buena fe de la sinceridad; pero no bastó,<br />
pues acto seguido negó él que hubiera la menor incompatibilidad de<br />
caracteres, ni nada en sus gustos que les impidiera congeniar, y declaró<br />
categóricamente que seguiría amándola y no abandonaría la esperanza.<br />
Fanny conocía bien su propio sentir, pero no podía juzgar el efecto que<br />
producía su modo de expresarlo; su modo era irremediablemente suave,<br />
y no se daba cuenta de hasta qué punto dejaba oculta la firmeza de su<br />
propósito. Su apocamiento, gratitud y dulzura hacían que toda expresión<br />
de indiferencia pareciese casi un sacrificio de abnegación... Parecía, al<br />
menos, que le diera a ella misma tanta pena como a él. Mr. Crawford ya<br />
no era el Mr. Crawford que, como admirador clandestino, insidioso,<br />
traidor de María Bertram, se había ganado su aborrecimiento; aquél cuya<br />
sola presencia se le había hecho insoportable; en quien ella no podía<br />
creer que existiese una sola cualidad buena, y cuyos poderes, incluso el<br />
de resultar agradable, ella apenas había reconocido. Ahora era el Mr.<br />
Crawford que se le dirigía con ardiente, desinteresado amor; cuyos<br />
sentimientos se habían convertido, al parecer, en cuanto pueda haber de<br />
noble y recto; cuyos proyectos de felicidad se cifraban todos en un<br />
casamiento por amor; que estaba expresando lo mucho que apreciaba las<br />
virtudes que la adornaban y describía su afecto una y otra vez,<br />
demostrando, hasta dónde puede demostrarse con palabras y, además,<br />
con el lenguaje, el tono y el espíritu de un hombre de talento, que la<br />
quería por su dulzura y su bondad; y, para que nada faltara... ¡era ahora<br />
el Mr. Crawford que había conseguido el ascenso de William!<br />
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