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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
192<br />
Al llegar a casa, Fanny subió enseguida para depositar aquella<br />
inesperada adquisición, ese bien dudoso de la gargantilla, en alguna caja<br />
favorita del cuarto del este que contenía todos sus pequeños tesoros;<br />
pero al abrir la puerta, cuál no seria su sorpresa al encontrar allí a su<br />
primo Edmund, escribiendo en su mesa. Aquel espectáculo, que nunca<br />
se le había ofrecido antes, resultó para ella tan extraordinario como<br />
grato.<br />
––Fanny ––dijo él al instante, abandonando el asiento y la pluma para<br />
ir a su encuentro con algo en la mano––, te ruego que me perdones por<br />
hallarme aquí. Acudí en tu busca, y después de aguardar un poco con la<br />
esperanza de verte llegar, hice uso de tu tintero para exponer el motivo<br />
de mi vista. Ahí encontrarás el comienzo de un billete dirigido a ti; pero<br />
ahora puedo explicarte personalmente mi intención, que es,<br />
simplemente, rogarte que aceptes esta pequeña bagatela..., una cadena<br />
para la cruz de William. Debía tenerla hace una semana, pero hubo un<br />
retraso debido a que mi hermano no llegó a la ciudad hasta unos días<br />
más tarde de lo que yo esperaba; y ahora acabo de recoger el paquetito<br />
en Northampton. Espero que la cadenilla te gustará, Fanny. Procuré<br />
tener en cuenta la simplicidad de tu gusto; aunque de todos modos sé<br />
que apreciarás mis intenciones y lo considerarás, como así es, una<br />
prueba de cariño de uno de tus más antiguos amigos.<br />
Y apenas terminó estas palabras se alejó precipitadamente, antes de<br />
que Fanny, abrumada por mil sensaciones de pena y de alegría, pudiese<br />
decir nada; pero espoleada por un imperioso deseo, gritó enseguida:<br />
––¡Edmund, espera un momento... aguarda, por favor!<br />
El se dio vuelta.<br />
––No intentaré darte las gracias ––prosiguió ella, hablando con gran<br />
agitación––; mi gratitud está fuera de toda duda. Siento mucho más de lo<br />
que podría expresar. Tu bondad al acordarte de mí de esta forma, escapa<br />
a...<br />
––Si esto es cuanto tienes que decirme, Fanny... ––la atajó él, sonriendo<br />
y alejándose de nuevo.<br />
––No, no, no es esto. Deseaba consultarte.<br />
Casi inconscientemente, ella había desenvuelto el paquete que Edmund<br />
acababa de poner en sus manos; y al encontrarse ante una auténtica<br />
cadenilla de oro sin adornos, perfectamente sencilla, con el bello marco<br />
de un estuche de joyería, no pudo evitar un nuevo estallido de<br />
entusiasmo:<br />
––¡Oh, ésta sí que es bonita! ¡Es lo más acertado, exactamente lo que<br />
deseaba! Es el único adorno que siempre tuve el deseo de poseer.<br />
Combinaría perfectamente con la cruz. Deben llevarse juntas, y así será.<br />
Ha llegado, además, en un momento tan oportuno... ¡Oh, Edmund, no<br />
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