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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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mantequilla, que por momento se volvía más grasiento aún de lo que<br />

había salido de manos de Rebecca. Su padre leía el periódico y su madre<br />

se lamentaba como de costumbre, mientras se preparaba el té, de lo<br />

raída que estaba la alfombra, y expresaba su deseo de que Rebecca la<br />

remendase. Y Fanny no despertó de su ensimismamiento hasta que su<br />

padre le dirigió una fuerte llamada, después de murmurar y reflexionar<br />

sobre un párrafo determinado.<br />

––¿Cuál es el nombre de tus primos casados, que viven en Londres? ––<br />

preguntó.<br />

Una breve reflexión le permitió responder:<br />

––Rushworth, padre.<br />

––¿Y no viven en Wimpole Street?<br />

––Sí, señor.<br />

––Entonces, el diablo anda metido entre ellos, está visto. Ahí lo tienes –<br />

–alargándole el periódico––; mucho bien te harán esos parientes<br />

distinguidos. No sé qué pensará sir Thomas de esas cosas; puede que sea<br />

de esos caballeros demasiado cortesanos y refinados para querer menos<br />

a su hija. Pero, ¡voto a...!, si fuera hija mía, le estaría dando con la correa<br />

hasta agotar mis fuerzas. Una buena paliza a los dos seria el mejor<br />

medio de prevenir esas cosas.<br />

Fanny leyó para sí que «con infinito pesar el periódico debe comunicar<br />

al mundo un escándalo matrimonial en la familia de Mr. R, de Wimpole<br />

Street; la bellísima señora de R., cuyo nombre había figurado no hace<br />

mucho en el capítulo de "bodas", y que prometía convertirse en la figura<br />

que daría el tono al mundo elegante, ha abandonado la casa de su<br />

esposo en compañía del conocido y seductor Mr. C., íntimo amigo y<br />

asociado de Mr. R., sin que se sepa, ni siquiera en la redacción de este<br />

periódico, adónde se han dirigido.»<br />

––Es un error, padre ––dijo Fanny al instante––; tiene que ser un<br />

error... no puede ser verdad... se refería a otras personas.<br />

Hablaba con el instintivo deseo de aplazar la vergüenza; hablaba con la<br />

resolución que brota de la desesperanza, porque decía lo que no creía, lo<br />

que no podía creer. Fue el choque de la convicción ante la lectura. La<br />

verdad se precipitó sobre ella; y después fue para ella misma motivo de<br />

asombro que hubiera sido capaz de hablar, o siquiera de respirar, en<br />

aquellos momentos.<br />

A Mr. Price le importaba muy poco la noticia para convertirla en motivo<br />

de discusión.<br />

––Puede que todo sea mentira ––concedió––; pero hay tantas señoras<br />

distinguidas cargadas de líos hoy en día, que uno no se puede fiar de<br />

nadie.<br />

––Desde luego, espero que no sea verdad ––dijo la señora Price con voz<br />

plañidera––; ¡sería tan espantoso! Si no le he dicho una vez a Rebecca lo<br />

de la alfombra, se lo habré dicho lo menos cien veces: ¿no es verdad,<br />

Betsey? Y no le costaría más que diez minutos de trabajo.<br />

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