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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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su influencia era insuficiente... que todas sus palabras hubieran sido en<br />
vano. Su único recurso fue soslayar el tema en cuanto pudo y torcer el<br />
curso de ideas de sir Thomas hacia una corriente más satisfactoria. No<br />
era poco lo que ella podía insinuar en propia alabanza, respecto de lo que<br />
había atendido, en general, a los intereses y al bienestar de la familia<br />
Bertram, de los muchos esfuerzos y sacrificios que habían de<br />
reconocérsele, en forma de precipitadas idas y venidas y súbitos<br />
desplazamientos de su hogar, y de las incontables advertencias que<br />
oportunamente había hecho a Lady Bertram y a Edmund para la buena<br />
economía de la casa y sobre la desconfianza que merecían ciertas<br />
personas, lo que en todo caso había reportado un considerable ahorro y<br />
hecho posible que más de un mal sirviente fuera sorprendido. Pero su<br />
principal fuerza residía en Sotherton. Su más firme apoyo y mayor gloria<br />
estaba en haber entablado relación con los Rushworth. Ahí su posición<br />
era inexpugnable. Se atribuía todo el mérito de haber conseguido que la<br />
admiración de Mr. Rushworth por María llegase a tener algún efecto.<br />
––Si yo no me hubiese afanado ––dijo––y empeñado en que me<br />
presentaran a su madre, y no hubiese convencido después a mi hermana<br />
para que hiciera la primera visita, es tan seguro como que ahora me<br />
encuentro aquí sentada que no se hubiera llegado a nada; pues Mr.<br />
Rushworth es el tipo de joven quieto, modesto, que necesita verse muy<br />
alentado, y no había pocas muchachas dispuestas a cazarle si nosotros<br />
nos hubiéramos dormido. Pero yo no dejé piedra por mover. Estaba<br />
dispuesta a remover cielo y tierra para convencer a mi hermana, y al fin<br />
lo conseguí. Ya sabes la distancia que nos separa de Sotherton. Era en<br />
pleno invierno y las carreteras estaban poco menos que intransitables,<br />
pero la convencí.<br />
––Sé cuan grande, cuan grande y justificada es tu influencia sobre mi<br />
esposa y mis hijos, y tanto más he de extrañar que no la ejercieras<br />
para... ––¡Querido Thomas, si hubieras visto el estado de las carreteras<br />
ese día! Creí que íbamos a quedar atascados en ellas para siempre, no<br />
obstante haber enganchado los cuatro caballos, desde luego; y el viejo<br />
cochero, el pobre, no quiso ceder su puesto: extremando su celo y su<br />
amabilidad, se empeñó en atendernos, a pesar de que apenas podía subir<br />
al pescante debido al reumatismo que yo le he estado tratando desde<br />
últimos de septiembre. Al fin logré curarle; pero estuvo muy mal durante<br />
todo el invierno. Y aquel día hacía un tiempo tan pésimo, que no pude<br />
evitar el dirigirme a su habitación momentos antes de partir, para<br />
aconsejarle que no se aventurara. Se estaba poniendo la peluca, y le dije:<br />
«Buen hombre, será mucho mejor que no nos acompañéis... ni vuestra<br />
señora ni yo hemos de correr peligro alguno; ya sabéis lo fuerte que es<br />
Esteban, y Charles ha llevado las riendas tan a menudo últimamente,<br />
que estoy segura de que no hay nada que temer». Pero, no obstante,<br />
pronto comprendí que todo sería inútil. Estaba empeñado en ir, y, como<br />
no me gusta ser pesada y entrometida, no dije más; pero mi corazón<br />
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