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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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se había marchado el escenógrafo, después de haber ensuciado nada<br />

más que el enlosado de una habitación, estropeado todas las esponjas<br />

del cochero y conseguido que cinco de los criados inferiores se volvieran<br />

holgazanes y quedaran descontentos; y sir Thomas tenía la esperanza de<br />

que un par de días más bastarían para borrar todo signo externo de lo<br />

que allí hubo, y hasta para la destrucción de todas las copias sin<br />

encuadernar de «Promesas de Enamorados», pues en el acto quemaba<br />

todas las que descubría su mirada.<br />

Mr. Yates empezaba a entender ahora las intenciones de sir Thomas,<br />

aunque estaba tan lejos como antes de entender sus motivos. Él y su<br />

amigo estuvieron fuera casi toda la mañana con sus escopetas de caza, y<br />

Tom aprovechó la oportunidad para explicarle, con las oportunas<br />

excusas por la rareza de su padre, lo que debía esperarse. Mr. Yates lo<br />

sintió con toda la intensidad que es de suponer. Verse por segunda vez<br />

chasqueado en sus mismas ilusiones era ya un caso de mala suerte<br />

extremada; y fue tal su indignación que, de no haber sido por atención a<br />

su amigo, y a la hermana menor del mismo, se dijo que sin duda hubiera<br />

increpado a sir Thomas por lo absurdo de sus disposiciones y hubiera<br />

discutido con él hasta hacerle entrar en razón. Esto se decía con gran<br />

firmeza mientras se encontraba en los bosques de <strong>Mansfield</strong> y durante el<br />

camino de regreso a la casa; pero había algo en la presencia de sir<br />

Thomas, cuando estuvieron sentados en tomo a la misma mesa, que hizo<br />

pensar a Mr. Yates que era más prudente dejar que siguiera su camino, y<br />

lamentar su insensatez sin hacerle oposición. Había conocido a muchos<br />

padres desagradables hasta entonces, y había padecido las<br />

inconveniencias que los mismos ocasionan, pero nunca, en el curso de<br />

toda su vida, se había tropezado con uno que fuera tan<br />

ininteligiblemente moral, tan infamemente tiránico, como sir Thomas.<br />

Era un hombre que no se podía soportar más que en atención a sus<br />

hijos, y podía agradecerle a su hermosa hija Julia que Mr. Yates se<br />

dignase permanecer unos días más bajo su techo.<br />

La tarde transcurrió en medio de una aparente apacibilidad, aunque<br />

casi todos los ánimos estaban soliviantados; y la música que sir Thomas<br />

pidió a sus hijas contribuyó a ocultar la falta de armonía real. No era<br />

poca la agitación de María. Para ella era de suma importancia que ahora<br />

Henry no perdiera tiempo en declararse, y la mortificaba que pasara<br />

aunque sólo fuese un día más sin apariencias de haberse adelantado<br />

nada en aquel punto. Había estado esperando verle durante toda la<br />

mañana, y por la tarde seguía esperándole aún. Mr. Rushworth había<br />

partido temprano, con las importantes nuevas, para Sotherton; y ella<br />

había acariciado la esperanza de que las cosas se aclarasen<br />

inmediatamente, de modo que él pudiera ahorrarse la molestia de volver<br />

jamás. Pero nadie de la rectoría se dejó ver... ni un alma viviente... ni se<br />

habían tenido de allí más noticias que unas amables líneas de felicitación<br />

e interés de la señora Grant para lady Bertram. Era el primer día, desde<br />

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