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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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casarse con él, y juntos continuaron hasta que hubo de convencerse de<br />

que era vana su esperanza, y hasta que el desengaño y el infortunio,<br />

consecuencia de esta convicción, la pusieron de un humor tan pésimo y<br />

le hicieron sentir por él algo tan parecido al aborrecimiento, que por un<br />

tiempo fueron ellos mismos su mutuo castigo, hasta producirse una<br />

voluntaria separación.<br />

María, al vivir con Henry, sólo había conseguido que éste le reprochara<br />

el haber arruinado su felicidad con Fanny; y al dejarle no se llevó más<br />

consuelo que el de haberlos separado. ¿Qué miseria podría superar a la<br />

de semejante espíritu en una situación semejante?<br />

Mr. Rushworth no tuvo inconveniente en facilitar un divorcio; y así<br />

terminó un matrimonio cuyas circunstancias, ya al contraerse, hacían<br />

prever que un final más venturoso sólo podría ser efecto de la buena<br />

suerte, no de la lógica. María le había despreciado y amaba a otro; y él se<br />

daba perfecta cuenta de que era así. Las indignidades de la estupidez y<br />

los desengaños de una pasión egoísta no pueden inspirar mucha piedad.<br />

El castigo sucedió a su conducta, como un castigo más grave sucedió al<br />

más grave delito de su esposa. Rushworth quedó desligado del<br />

compromiso, para sentirse mortificado e infeliz hasta que otra linda<br />

damisela pudiera atraerlo de nuevo al matrimonio, predisponiéndole a un<br />

segundo ensayo más afortunado, era de esperar, que el primero; si<br />

habían de engañarle, que le engañaran al menos con buen humor y<br />

buena suerte. Pero María tuvo que recluirse con sentimientos mucho<br />

más graves en un retiro obligado por el reproche de la sociedad, que no<br />

podría dar lugar a una segunda primavera para sus ilusiones ni su<br />

condición.<br />

Dónde habría que colocarla fue tema de las más tristes y graves<br />

consultas. Tía Norris, cuyo afecto parecía aumentar con los desméritos<br />

de su sobrina, hubiese querido verla acogida en el hogar, apoyada por<br />

todos. Sir Thomas no quería oír hablar de ello; y el enojo de tía Norris<br />

contra Fanny fue tanto mayor, por considerar que el motivo estaba en<br />

que ella residía allí. Se empeñaba en atribuir los escrúpulos de su<br />

cuñado a la presencia de Fanny, aunque sir Thomas le aseguró con toda<br />

solemnidad que, de no haber existido allí jovencita alguna, ni otra gente<br />

joven de uno u otro sexo bajo su tutela, que pudiera correr un peligro<br />

con la compañía o verse perjudicada por la índole de María, en ningún<br />

caso hubiera él inferido a la vecindad un insulto tan mayúsculo como el<br />

de suponer que le mirarían la cara a su hija. Como tal, como hija<br />

(esperaba que hija penitente), habría de protegerla, de procurarle todo<br />

bienestar y alentarla con todos los estímulos a obrar bien, dentro de lo<br />

que permitían sus posiciones relativas; pero no podía ir más lejos que<br />

eso. María había destruido su propia reputación, y él no quería, con un<br />

vano intento de restablecer lo que jamás podría restablecerse, prestarse a<br />

sancionar el vicio o, buscando aminorar sus calamidades, ser en todo<br />

caso cómplice de que se arrastrase a la familia de otro hombre al<br />

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