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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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valor, jovialidad... todo, en fin, cuanto merecía o prometía unos felices<br />
resultados. Aun siendo tan joven, William había visto mucho ya. Había<br />
estado en el Mediterráneo, en las Antillas, en el Mediterráneo otra vez...<br />
Había bajado a tierra con frecuencia por concesión del capitán, y en el<br />
curso de siete años había conocido toda la variedad de peligros que el<br />
mar y la guerra juntos pueden ofrecer. Con tales méritos en su haber<br />
tenía derecho a que se le escuchara; y aunque tía Norris tuviera a bien<br />
ajetrearse por la habitación y molestar a todo el mundo preguntando por<br />
dos hebras de hilo o por un botón de camisa usado, en medio del relato<br />
de su sobrino sobre un naufragio o una batalla, todos los demás<br />
escuchaban atentos; y ni siquiera lady Bertram podía oír tales horrores,<br />
sin conmoverse o sin levantar de vez en cuando los ojos de su labor para<br />
decir:<br />
––¡Dios mío! ¡Qué desagradable! ¡No entiendo cómo hay quien sea capaz<br />
de embarcarse!<br />
En Henry Crawford suscitaban toda clase de sentimientos. Suspiraba<br />
por haber surcado los mares, y haber hecho, visto y padecido lo mismo.<br />
Tenía el corazón ardiente, la imaginación exaltada y sentía un gran<br />
respeto por aquel muchacho que, antes de los veinte, había pasado por<br />
tantas penalidades fisicas y dado tales pruebas de valor. La gloria del<br />
heroísmo, de la utilidad, del esfuerzo, del sufrimiento, hacía que sus<br />
hábitos de abandono egoísta apareciesen en vergonzoso contraste; y<br />
hubiera deseado ser un William Price, distinguiéndose y labrando su<br />
fortuna y personalidad de una manera tan digna y con el mismo feliz<br />
entusiasmo que aquel muchacho, en vez de lo que era.<br />
El deseo tenía más de impaciencia que de constancia. Le despertó de<br />
sus sueños sobre oportunidades pasadas y del pesar que le producía el<br />
no haberlas aprovechado, alguna pregunta de Edmund relativa a sus<br />
planes de caza para el día siguiente; y encontró que era también buena<br />
cosa ser ya hombre de fortuna, con caballos y palafreneros a su<br />
disposición. En un aspecto era todavía mejor, pues le proporcionaba el<br />
medio de brindar una atención donde quería que alguien se sintiera<br />
obligado. Con su viveza, valor y curiosidad por todo, William expresó su<br />
afición a la caza; y Crawford pudo ofrecerle cabalgadura sin el menor<br />
inconveniente por su parte, teniendo que salvar únicamente algunos<br />
reparos de sir Thomas, quien conocía mejor que su sobrino el valor de<br />
semejante préstamo, y que disipar algunos temores de Fanny. Ésta temía<br />
por William, en modo alguno convencida de que estuviese preparado<br />
para gobernar a un brioso caballo de los destinados a la caza del zorro en<br />
Inglaterra, a pesar de cuanto él le pudiera contar de su maestría<br />
adquirida en varios países en lo tocante a equitación, de las incursiones<br />
a caballo en que había tomado parte ascendiendo por escarpados<br />
terrenos, de los caballos y mulos cerriles que había llegado a montar, o<br />
de las muchas veces que se había zafado de una tremenda caída poco<br />
menos que inevitable... Hasta que volvió sano y salvo, sin accidente ni<br />
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