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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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sentó a su lado, le cogió una mano y se la estrechó con cariño; y en aquel<br />
momento pensó Fanny que, de no ser por la ocupación y atenciones que<br />
el servicio del té requería, se hubiera traicionado dejándose arrastrar por<br />
la emoción a un exceso imperdonable.<br />
Sin embargo, con aquella acción, Edmund no se proponía darle el estímulo<br />
y la incondicional aprobación que ella dedujo de la misma. Sólo<br />
quería expresarle que se hacía partícipe de cuanto a ella pudiera<br />
interesar, y testimoniarle que lo que acababan de decirle avivaba sus<br />
sentimientos afectivos. Él estaba, de hecho, enteramente del lado de su<br />
padre en aquella cuestión. Su sorpresa no fue tan grande como la de su<br />
padre, al enterarse de que ella había rechazado a Crawford, porque, lejos<br />
de suponer que sintiera por él nada parecido a una preferencia, siempre<br />
había creído más bien lo contrario, y pudo imaginar perfectamente que el<br />
caso la había cogido desprevenida; pero ni el propio sir Thomas era más<br />
partidario que él de aquellas relaciones. A su juicio, ya no podía ser más<br />
recomendable aquel enlace; y mientras ensalzaba a Fanny por lo que<br />
había hecho dada su actual indiferencia, alabándola en unos términos<br />
bastante más entusiastas que los que sir Thomas hubiera podido<br />
suscribir, esperaba muy de veras, lleno de confianza, que al fin habría<br />
boda y que, unidos por un mutuo afecto, resultaría que sus caracteres<br />
eran tan exactamente adecuados el uno para el otro como él empezaba<br />
seriamente a considerarlos. Crawford había procedido con demasiada<br />
precipitación. No le había dado a ella tiempo de sentirse atraída. Había<br />
comenzado al revés. No obstante, con las condiciones que él poseía y con<br />
el buen natural de ella, Edmund confiaba en que todo contribuiría a una<br />
feliz conclusión. Entretanto, bastante vio lo muy turbada que estaba<br />
Fanny para guardarse muy bien de provocar nuevamente su inquietud<br />
con una sola palabra, una mirada o un ademán.<br />
Crawford les visitó el día siguiente, y en atención al regreso de<br />
Edmund, a sir Thomas le pareció más que natural invitarle a comer. Era,<br />
en realidad, un cumplimiento obligado. Henry aceptó, desde luego, lo que<br />
proporcionó a Edmund una magnífica oportunidad para observar cómo<br />
adelantaba con Fanny y qué margen de confianza inmediata podía<br />
deducir para sí de la actitud de ella; y fue tan poco, tan poquísimo (toda<br />
eventualidad, toda probabilidad alentadora, se apoyaba tan sólo en su<br />
turbación; de no existir motivo alguno de esperanza en su confusión, no<br />
cabria ponerla en nada más), que casi estuvo dispuesto a maravillarse de<br />
la perseverancia de su amigo. Fanny lo merecía todo; la consideraba<br />
digna de cualquier extremo de paciencia y de todo esfuerzo mental; pero<br />
pensó que él no se vería capaz de insistir cerca de mujer alguna sin algo<br />
más para alentarle de lo que pudo descubrir en los ojos de su prima.<br />
Puso su mejor voluntad en creer que Henry veía más claro que él; y ésta<br />
fue la conclusión más consoladora para su amigo a que pudo llegar, una<br />
vez observado todo lo ocurrido antes, durante, y después de la comida.<br />
Durante la velada se dieron algunas circunstancias que consideró más<br />
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