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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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Mr. Rushworth lamentó no llevar encima la llave; dijo que estuvo muy<br />
cerca de pensar, antes de salir, en si debía cogerla; que estaba resuelto a<br />
no volver jamás por allí sin la llave. Sin embargo, todo esto no resolvía la<br />
dificultad presente. No podían atravesar la verja. Y, como en María no<br />
menguaban los deseos de hacerlo, Mr. Rushworth acabó por manifestar<br />
que estaba dispuesto a ir a buscar la llave y separóse de ellos acto<br />
seguido.<br />
––Indudablemente, es lo mejor que podemos hacer, ahora que nos<br />
hemos alejado tanto de la casa ––dijo Henry, cuando el otro se hubo<br />
marchado.<br />
––Sí, no cabe hacer otra cosa. Pero, sinceramente, ¿no encuentra el<br />
lugar, en su conjunto, peor de lo que esperaba?<br />
––No, por cierto; muy al contrario. Lo encuentro mejor, más grandioso,<br />
más completo en su estilo, aunque acaso este estilo no sea el ideal. Y, si<br />
quiere que le diga la verdad ––añadió, hablando bastante más bajo––, no<br />
creo que jamás vuelva a ver Sotherton con el placer de ahora.<br />
Dificilmente otro verano podrá mejorarlo para mí.<br />
Después de una breve turbación, la damisela replicó:<br />
––Es usted un hombre demasiado mundano para no ver las cosas con<br />
los ojos del mundo. Si los demás creen que Sotherton ha mejorado, usted<br />
también lo considerará así.<br />
––Temo que no soy tan hombre de mundo como me convendría en<br />
algunos casos. Mis sentimientos no son tan deleznables, ni mis<br />
recuerdos del pasado tan fáciles de dominar, como es el caso, según uno<br />
puede ver por ahí, de los hombres de mundo.<br />
Se siguió un corto silencio. Miss Bertram empezó de nuevo:<br />
––Parece que esta mañana se divirtió usted mucho mientras guiaba el<br />
coche. Celebré verle tan entretenido. Usted y Julia no cesaron de reír en<br />
todo el camino.<br />
––¿Nos reíamos? Sí, creo que sí; pero no me acuerdo en absoluto de<br />
qué. ¡Ah!, creo que le estuve contando unas ridículas anécdotas de un<br />
viejo palafrenero irlandés que tiene mi tío. A su hermana le gusta mucho<br />
reír.<br />
––¿Le parece ella más alegre que yo?<br />
––Creo que se la divierte con mayor facilidad ––replicó Henry––, y por<br />
tanto, ¿comprende usted? ––agregó sonriendo––, me parece mejor<br />
compañera. A usted, no me hubiera visto capaz de divertirla con<br />
anécdotas irlandesas durante un recorrido de diez millas.<br />
––Creo que mi carácter, corrientemente, es tan animado como el de<br />
Julia, pero ahora tengo más cosas en qué pensar.<br />
––Sin duda; y, en determinadas circunstancias, un exceso de alegría<br />
denota insensibilidad. Sin embargo, las perspectivas que a usted se le<br />
ofrecen son demasiado halagüeñas para justificar una pérdida de humor.<br />
Se halla usted ante un panorama risueño.<br />
––¿Habla usted en sentido literal o figurado? Deduzco que literal. Sí, en<br />
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