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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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atribuirle. Poco se notan los efectos de esa influencia benéfica en el seno<br />
de la sociedad, y ¿cómo pueden adquirir tal prestigio y ejercer tal<br />
influencia en unos medios en que raramente se los ve? ¿Cómo pueden<br />
dos sermones a la semana, aun suponiéndolos dignos de ser<br />
escuchados, conseguir todo eso que usted dice: moderar la conducta y<br />
ordenar las costumbres de una numerosa feligresía para todos los días<br />
restantes? Apenas se ve a un sacerdote fuera del púlpito.<br />
––Usted está hablando de Londres; yo me refiero a la nación entera.<br />
––Me figuro que la metrópoli es una bonita muestra de lo que ocurre<br />
por doquier.<br />
––No, le aseguro que no lo es de la proporción entre la virtud y el vicio<br />
que pueda registrarse en el conjunto del reino. No buscamos en las<br />
grandes ciudades el mejor ejemplo de moralidad. No es allí donde las<br />
gentes de cualquier condición tienen más probabilidades de obrar bien;<br />
y, en efecto, no es allí donde más pueda acusarse la influencia de la<br />
Iglesia. Al buen predicador se le sigue y admira; pero no es sólo con<br />
hermosos sermones como un buen sacerdote puede ser útil a su<br />
parroquia, cuando ésta no abarca una demarcación excesivamente<br />
extensa y un número demasiado crecido de feligreses, de modo que los<br />
mismos tengan ocasión de conocer el carácter personal y observar la<br />
línea de conducta de su pastor, caso que raramente puede darse en<br />
Londres. Allí, la clerecía se pierde entre la multitud de feligreses. A los<br />
más, se les conoce tan sólo como predicadores. Y, en cuanto a lo de<br />
influir en las costumbres, Mary, no debe usted interpretarme erróneamente<br />
ni suponer que les confiero el carácter de árbitros de la buena<br />
educación, artífices del refinamiento y la cortesía o maestros en las<br />
ceremonias mundanas. Las costumbres de que le hablo podrían más bien<br />
llamarse conducta, quizás el resultado de los buenos principios... el<br />
efecto, en fin, de aquellas doctrinas que ellos tienen el deber de enseñar y<br />
recomendar; y creo que en todas partes se hallará que, según el clero sea<br />
o no sea como debe ser, así será el resto de la nación.<br />
––Muy cierto ––dijo Fanny con gentil gravedad.<br />
––¡Vaya! ––exclamó Mary––. Ya ha convencido del todo a Fanny.<br />
––Desearía poder convencer a Mary también.<br />
––No creo que lo consiga jamás ––dijo ella, con una picaresca sonrisa––;<br />
estoy tan sorprendida ahora como al principio de que tenga la intención<br />
de ordenarse. Realmente, usted tiene condiciones para algo mejor.<br />
Vamos, cambie de idea; todavía no es demasiado tarde. Hágase<br />
abogado..., métase en leyes.<br />
––¡Que me meta en leyes! Y lo dice con la misma naturalidad con que<br />
me invitó a meterme en esta floresta.<br />
––Ahora va a decimos algo acerca de que la jurisprudencia es el más<br />
salvaje de los dos bosques, pero yo me anticipo; conste que lo he<br />
prevenido.<br />
––No es necesario que se apresure usted, si su única finalidad es la de<br />
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