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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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hablar, no pudo abstenerse, para hacer justicia a la tía que le era más<br />
querida, de decir algo en que las palabras «tía Norris» fueron<br />
distinguibles.<br />
––Ya comprendo ––dijo su tío, recordando y no queriendo saber más––.<br />
Ya comprendo. Tu tía Norris siempre abogó, y muy juiciosamente, porque<br />
se educara a la juventud sin concesiones innecesarias; pero en todo debe<br />
haber moderación. Ella es también muy severa consigo misma, lo cual<br />
tiene que influir, desde luego, en su opinión acerca de las necesidades de<br />
los demás. Y en otro aspecto, lo comprendo también perfectamente. Bien<br />
sé cuales fueron siempre sus sentimientos. Su teoría era buena en sí,<br />
pero puede que en tu caso se haya llevado, y yo creo que se ha llevado,<br />
demasiado lejos. Me consta que a veces, en algunos puntos, se ha<br />
establecido injusta distinción; pero es demasiado bueno el concepto en<br />
que te tengo, Fanny, para suponer que vayas a guardar jamás<br />
resentimiento por ello. Tienes una comprensión que te impedirá<br />
considerar las cosas sólo en parte, a juzgar con parcialidad los<br />
resultados. Debes considerar el pasado, en todo su conjunto, tener en<br />
cuenta tiempos, personas y probabilidades, y apreciarás que no eran<br />
menos amigos tuyos los que te educaban y preparaban para esa<br />
condición de mediocridad que parecía ser tu destino. Aunque tales<br />
precauciones pudieran resultar prácticamente innecesarias, la intención<br />
era buena; y de esto puedes estar segura: todas las ventajas de la<br />
opulencia las tendrás dobladas gracias a las pequeñas privaciones y<br />
limitaciones que se te impusieron. Estoy seguro de que no defraudarás la<br />
opinión que de ti he formado, tratando siempre a tu tía Norris con el<br />
respeto y la atención que se le debe. Pero basta de eso. Siéntate, querida.<br />
He de hablarte unos minutos, pero no quiero retenerte mucho tiempo.<br />
Fanny obedeció, bajando los ojos y sonrojándose. Después de una<br />
breve pausa, sir Thomas, procurando reprimir una sonrisa, prosiguió:<br />
––Tal vez no estés enterada de que esta mañana he tenido una visita.<br />
Poco tiempo llevaba en mi despacho, después del desayuno, cuando<br />
introdujeron a Mr. Crawford. Acaso puedas conjeturar el motivo de su<br />
embajada.<br />
El sonrojo de Fanny aumentaba más y más; y su tío, notando que<br />
estaba aturdida hasta el punto de hacérsele imposible hablar, tanto<br />
como levantar los ojos, desvió su propia mirada y, sin detenerse más,<br />
procedió a referir su entrevista con Mr. Crawford.<br />
Mr. Crawford había venido a declararse enamorado de Fanny, hacer<br />
concretas proposiciones sobre ella y pedir la autorización de su tío, que<br />
parecía estar en el lugar de sus padres; y lo había hecho todo tan bien,<br />
mostrándose tan franco, tan liberal, tan correcto, que sir Thomas,<br />
considerando además que sus propias réplicas y observaciones habían<br />
sido muy del caso, tuvo sumo gusto en contar los pormenores de la<br />
conversación; y, lejos de adivinar lo que ocurría en el interior de su<br />
sobrina, se figuraba que con semejantes detalles se deleitaba ella mucho<br />
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