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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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Con este espíritu inició el ataque, y con optimista perseverancia pronto<br />

hubo restablecido la especie de trato familiar, de galanteria, de flirteo,<br />

que era a lo que se limitaba su propósito; pero al triunfar sobre la<br />

discreción que, aun fundada en la cólera, hubiese podido salvarles a los<br />

dos, quedó sometido a la fuerza de unos sentimientos más impetuosos<br />

en ella de lo que había supuesto. María le amaba: sin rebozo ponía de<br />

manifiesto que las atenciones que él le dedicaba tendiendo a retractarse,<br />

no la satisfacían. El quedó aprisionado en las redes de su propia<br />

vanidad, sirviendo de excusa el amor tan poco como imaginarse pueda, y<br />

sin la menor inconstancia de pensamiento respecto a Fanny. Ocultar a<br />

ésta y a los Bertram lo que ocurría fue su principal objeto. El secreto no<br />

podía ser más importante para la fama de María de lo que él lo<br />

consideraba para la suya propia. A su regreso de Richmond, le hubiera<br />

gustado no ver ya más a la señora Rushworth. Todo lo que siguió fue el<br />

resultado de la imprudencia de ella; y si con ella huyó al fin, fue porque<br />

no pudo evitarlo, suspirando por Fanny, hasta en aquel momento, pero<br />

suspirando por ella mucho más cuando todo el escándalo de la intriga se<br />

hubo acallado, habiéndole bastado unos pocos meses para aprender, por<br />

la fuerza del contraste, a valorar todavía más alto su dulzura de carácter,<br />

pureza de pensamiento y excelencia de principios.<br />

La condenación, la pública condenación de una falta, aunque afectase<br />

en una justa medida también a «él», no es, ya lo sabemos, una de las<br />

protecciones que la sociedad procura a la virtud. Los castigos de este<br />

mundo son menos eficientes de lo que pudiera desearse; pero aun<br />

prescindiendo de que más tarde fuera llamado a un juicio más severo,<br />

muy bien podemos suponer que, tratándose de un hombre de la<br />

sensibilidad de Henry Crawford, éste iba haciendo acopio de buenas<br />

provisiones de desazón y pesar, desazón que a veces habría de llevarle a<br />

reprocharse su propia conducta, pesar que a menudo se convertiría en<br />

desesperación, por haber correspondido en aquella forma a la<br />

hospitalidad, destruido la paz familiar, perdido su mejor, más digno y<br />

querido círculo de amistades, y haberse jugado de aquel modo el cariño<br />

de la mujer que había amado, no sin razón, tan sincera como apasionadamente.<br />

Después de lo pasado, tan propio para lastimar e indisponer a las dos<br />

familias, la continuación de los Bettiam y los Grant en tan estrecha<br />

vecindad hubiera sido algo en extremo violento; pero la ausencia de los<br />

últimos, prolongada adrede durante unos meses, se resolvió muy<br />

felizmente con la necesidad o, al menos, la posibilidad de un traslado<br />

definitivo. Mr. Grant, gracias a una recomendación sobre cuya eficacia<br />

había casi dejado de hacerse ilusiones, logró una canonjía en<br />

Westminster, lo cual, al proporcionar la ocasión de abandonar <strong>Mansfield</strong>,<br />

una excusa para residir en Londres y un aumento de ingresos para hacer<br />

frente a los gastos del cambio, fue tan bien acogido por los que se iban<br />

como por los que se quedaban.<br />

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