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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
199<br />
desees decirme. No te abstengas. Dime lo que quieras.<br />
Se encontraban ahora en el segundo piso, y la presencia de una<br />
sirvienta les impidió continuar la conversación. Para el bien presente de<br />
Fanny habría terminado, quizás, en el momento más oportuno. Si él<br />
hubiera podido hablar durante otros cinco minutos, nada impide creer<br />
que hubiera empezado a enumerar todos los defectos de miss Crawford y<br />
a expresar su desesperación. En cambio, de este modo, se separaron, él,<br />
con miradas de agradecido afecto y ella, con el corazón lleno de gratas<br />
impresiones. No había sentido nada parecido desde hacía horas. Desde<br />
que la primera alegría por la comunicación de Henry a William se había<br />
desvanecido, su ánimo había permanecido en un estado de desasosiego:<br />
sin hallar consuelo en derredor, ni esperanza en su fuero interno. Ahora<br />
todo sonreía. La buena suerte de William volvió a su mente, y le pareció<br />
que tenía más valor que al principio. Además, el baile... ¡aquella velada<br />
de placer ante sí! Ahora, sí que estaba animada, y empezó a vestirse con<br />
mucho del feliz aturdimiento que corresponde a un baile. Todo resultaba<br />
bien; no le desagradó su propio aspecto; y cuando llegó al capítulo de las<br />
gargantillas su buena suerte le pareció completa, porque en la práctica,<br />
la que le había regalado miss Crawford no pudo pasarla de ningún modo<br />
por la anilla de la cruz. Había decidido llevarla por complacer a Edmund;<br />
pero era demasiado gruesa para el caso. Por lo tanto, tendría que usar la<br />
de él. Y cuando, con deliciosa emoción, hubo juntado la cadenilla y la<br />
cruz, aquellos recuerdos de los dos seres más caros a su corazón,<br />
aquellas prendas carísimas hechas a su cuello, vio y percibió cuán<br />
saturadas estaban de William y de Edmund... y entonces pudo decidirse,<br />
sin que le costara ningún esfuerzo a llevar también la gargantilla de Mary<br />
Crawford.<br />
Reconoció que era lo justo. También miss Crawford tenía un derecho; y<br />
puesto que ya no usurpaba ni se interponía a otros derechos más<br />
fuertes, al cariño más auténtico de otra persona, pudo hacer a Mary esta<br />
justicia hasta con placer. En realidad, la gargantilla hacía un magnífico<br />
efecto. Y Fanny abandonó su alcoba al fin, felizmente satisfecha de sí<br />
misma y de todo.<br />
Tía Bertram se acordó de ella en esta ocasión con un desvelo inusitado.<br />
Nada menos se le ocurrió, de pronto, que Fanny, al prepararse para un<br />
baile, se alegraría de tener mejor asistencia que las criadas del piso<br />
superior; y, una vez ella vestida, le mandó en efecto su doncella<br />
particular para que la atendiera... aunque demasiado tarde, por<br />
supuesto, para que le fuera de alguna utilidad. La señora Chapman llegó<br />
al ático precisamente cuando miss Price salía de su habitación<br />
completamente vestida, y sólo hubo necesidad de algunos cumplidos;<br />
pero Fanny concedió a la atención tanta importancia como pudieran<br />
concederle la misma lady Bertram o la señora Chapman.<br />
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