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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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blanco. No, no veo nada excesivo en tu atavío... nada que no sea<br />
perfectamente adecuado. Me parece muy bonito tu vestido. Me gustan<br />
esos lunares satinados. ¿No tiene miss Crawford un vestido bastante<br />
parecido?<br />
Al acercarse a la rectoría pasaron junto al establo y la cochera.<br />
––¡Hola! ––dijo Edmund––. ¡Tenemos compañía! Aquí hay un coche.<br />
¿Quién se habrá sumado a la reunión? ––y bajando el cristal de la<br />
ventanilla para distinguir mejor, añadió––: ¡Es el de Crawford... el<br />
birlocho de Crawford, seguro! Ahí están sus dos criados empujándolo al<br />
lugar que ocupaba anteriormente. Él estará aquí, desde luego. Esto sí<br />
que es una sorpresa, Fanny. Me alegraré mucho de verle.<br />
No era ocasión, ni había tiempo, para que Fanny dijera cuánto diferían<br />
sus sentimientos; pero al pensar que había un personaje más, y nada<br />
menos como aquél, dispuesto a observarla, aumentó en gran manera el<br />
azoramiento con que llevó a cabo la horrible ceremonia de entrar en el<br />
salón.<br />
Y en el salón estaba, en efecto, Henry Crawford, que justamente había<br />
llegado con tiempo suficiente para estar ahora ya preparado para la<br />
comida; y las sonrisas y la expresión complacida de los otros tres, que le<br />
rodeaban, mostraban la buena acogida que se dispensaba a su repentina<br />
decisión de pasar con ellos unos días al término de su estancia en Bath.<br />
El encuentro con Edmund fue muy cordial; y, exceptuando a Fanny,<br />
todos estaban satisfechos; y hasta para ella podía resultar en cierto<br />
modo ventajosa su presencia, ya que todo aumento en el grupo más bien<br />
había de favorecer su acariciado deseo de que se le permitiera estar<br />
callada y pasar inadvertida. Pronto tuvo ocasión de comprobar que así<br />
era; pues si bien debía resignarse, según le indicaba su justo criterio y a<br />
despecho de los juicios de tía Norris, a ser la primera dama en aquella<br />
ocasión y a que se la hiciera objeto de todas las pequeñas atenciones<br />
pertinentes, se encontró, al sentarse a la mesa, con que predominaba<br />
una feliz comente de conversación en la que no se le requirió que tomara<br />
parte para nada. Eran tantas las cosas que había que contar entre<br />
hermano y hermana acerca de Bath, tantas entre los dos jóvenes sobre<br />
caza, tanto sobre política entre Henry y el doctor Grant, y de todo y de<br />
todos entre Henry y la señora Grant, que a Fanny se le ofreció la<br />
magnífica perspectiva de sólo tener que escuchar en silencio y de pasar<br />
un día muy agradable. Sin embargo, no pudo halagar al recién llegado<br />
con la menor muestra de interés ante el proyecto de prolongar su<br />
estancia en <strong>Mansfield</strong> y de llamar a sus monteros que le aguardaban en<br />
Norfolk, cosa que, sugerida por el doctor Grant, recomendada por<br />
Edmund y acogida con caluroso entusiasmo por las dos hermanas,<br />
pronto se adueño de su espíritu y pareció que deseaba que Fanny le<br />
animara también a resolverse. Buscó la opinión de ésta con respecto a la<br />
probable continuación del buen tiempo, pero ella se limitó a contestar<br />
con toda la brevedad e indiferencia que permitía la buena educación. No<br />
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