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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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defectos de la sobrina fueron los de la tía; y esto hace que uno lamente<br />

con más motivo las desventajas de su anterior situación, pero creo que<br />

su actual hogar habrá de hacerle mucho bien. El carácter de la señora<br />

Grant es ideal para el caso. Y cuando habla de su hermano lo hace en<br />

unos términos afectuosos y muy gratos.<br />

––Sí, excepto en lo tocante a las cartas tan breves que suele escribirle.<br />

Casi me hizo reír; pero yo no podría tasar muy alto el cariño o la bondad<br />

de un hermano que no se toma la molestia de escribir a su hermana algo<br />

que valga la pena de ser leído, cuando están separados. Estoy segura de<br />

que William nunca me hubiera tratado así, en ningún caso. ¿Y qué<br />

derecho tiene a suponer que tú no escribirías cartas largas si estuvieras<br />

ausente?<br />

––El derecho que le da su espíritu vivaz, Fanny, que aprovecha todo<br />

cuanto pueda contribuir a su diversión o a la de los otros; es algo<br />

perfectamente disculpable, siempre que no aparezca matizado con un<br />

tinte de mal humor o aspereza, y de esto no hay ni sombra en la<br />

expresión o en la actitud de Mary: nada agrio, ni chillón, ni grosero. Es<br />

perfectamente femenina, excepto en el aspecto a que nos hemos referido.<br />

Ahí no se la puede justificar. Me alegra que lo notases lo mismo que yo.<br />

Puesto que él había formado su espíritu, al tiempo que se había ganado<br />

sus efectos, no era de extrañar la coincidencia de sus respectivas<br />

apreciaciones; aunque, por aquel entonces y sobre el mismo punto,<br />

comenzaba a perfilarse un peligro de disparidad, pues él admiraba ya a<br />

Mary Crawford de un modo que acaso pudiera llevarle adonde Fanny no<br />

podría seguirle. Los atractivos de Mary no disminuían. Llegó el arpa, que<br />

vino a añadir no poco a su aureola de belleza, ingenio y buen humor;<br />

pues se prestaba a tocar con la mayor complacencia en cuanto se lo<br />

pedían, lo hacía con una expresión y un gusto muy peculiares en ella, y<br />

siempre tenía algo acertado que decir al final de cada pieza. Edmund<br />

acudía a diario a la rectoría para deleitarse con su instrumento favorito.<br />

La primera mañana logró que se le invitara para la del día siguiente,<br />

pues a la damisela no podía desagradarle tener un oyente, y así un día y<br />

otro, quedando la cosa establecida como una costumbre normal.<br />

Una mujer joven, bonita, brillante, junto a un arpa tan elegante como<br />

ella misma, recortándose ambas en el marco de un balcón abierto a la<br />

perspectiva de un césped rodeado de arbustos con su rico follaje estival,<br />

era suficiente para cautivar el corazón de cualquier hombre. La estación,<br />

la escena, el ambiente, todo era favorable a la ternura y el sentimiento.<br />

La presencia de la señora Grant con su bastidor de bordar no<br />

estorbaba... Todo quedaba armónico. Y, como nada carece de encanto<br />

cuando empieza a insinuarse el amor, hasta la bandeja de emparedados<br />

y el doctor Grant haciendo los honores eran otros tantos motivos en que<br />

se posaba con gusto la mirada. Aunque sin reflexionar sobre el caso, o<br />

tal vez sin darse cuenta de nada, al cabo de una semana de esta<br />

frecuentación Edmund empezó a estar no poco enamorado; y en honor<br />

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