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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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rogó entonces a Fanny que aceptara una para la cruz y la guardara como<br />
recuerdo, diciendo cuanto se le ocurrió para obviar los escrúpulos que al<br />
principio hicieron retroceder a Fanny con expresión de horror ante el<br />
ofrecimiento.<br />
––Ya ve usted que tengo una colección ––le decía––... más del doble de<br />
las que uso y pienso usar jamás. No las ofrezco como nuevas. No le<br />
ofrezco más que una gargantilla vieja. Debe usted perdonarme la libertad<br />
y hacerme este favor.<br />
Fanny se resistía aún, y de corazón. El obsequió era demasiado valioso.<br />
Pero Mary perseveraba, arguyendo con tal afectuosa seriedad a propósito<br />
de William, de la cruz, del baile y de ella misma, que al fin triunfó. Fanny<br />
se vio obligada a ceder para que no la tacharan de orgullosa, o<br />
displicente, o de cualquier otra mezquindad; y aceptando con humilde<br />
renuencia la proposición, procedió a escoger. Buscaba y buscaba,<br />
ansiando descubrir la que tuviera menos valor; y al fin se decidió, al<br />
imaginarse que una de las gargantillas se le ponía ante sus ojos con más<br />
frecuencia que las demás. Era de oro, primorosamente trabajada; y<br />
aunque Fanny hubiese preferido una cadenilla más larga y sencilla por<br />
considerarla más apropiada al caso, supuso, al fijarse en aquélla, que<br />
elegía la que a miss Crawford menos le interesaba conservar. Mary<br />
sonrió en muestra de completa aprobación, y se apresuró a completar su<br />
obsequio colocándole la cadenilla alrededor del cuello y haciéndole ver el<br />
buen efecto que producía. Fanny no halló una sola palabra que objetar a<br />
su propiedad y, excepto lo que restaba de sus escrúpulos, quedó en<br />
extremo complacida con una adquisición tan a propósito. Acaso hubiera<br />
preferido agradecérsela a otra persona; pero esto era un sentimiento<br />
innoble. Mary Crawford se había anticipado a sus deseos con una buena<br />
voluntad que la acreditaba como auténtica amiga.<br />
––Siempre que lleve esta gargantilla me acordaré de usted ––dijo–– y de<br />
su gran amabilidad.<br />
––Tiene que acordarse también de alguien más, cuando lleve esta gargantilla<br />
––replicó miss Crawford––. Tiene que pensar en Henry, porque él<br />
fue quien la eligió en primer lugar. Me la regaló él, y con la gargantilla le<br />
transfiero la obligación de recordar al donante original. Ha de ser un<br />
recuerdo familiar. No habrá de acudir la hermana a su memoria sin<br />
traerle consigo al hermano también.<br />
Fanny, llena de asombro y confusión, hubiese querido devolver el<br />
presente en el acto. Aceptar lo que había sido el regalo de otra persona,<br />
de un hermano nada menos... ¡imposible! ¡No podía ser! Y con una<br />
impaciencia y una turbación que divirtieron a su compañera, depositó de<br />
nuevo la gargantilla sobre el algodón y pareció resuelta, o bien a tomar<br />
otra o a no aceptar ninguna. Miss Crawford pensó que jamás había visto<br />
una escrupulosidad más gentil.<br />
––Pero, criatura ––dijo, riendo–– ¿qué es lo que teme? ¿Cree que Henry<br />
le reclamará la gargantilla como mía, o se imagina que no pasa a ser de<br />
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