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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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Como había quedado tan satisfactoriamente convencida del efecto que<br />
producirían sus líneas, no pudo menos de asombrarse cuando, por<br />
casualidad, vio a Mr. Crawford dirigirse nuevamente a la casa, y a una<br />
hora tan temprana como el día anterior. Su visita no tendría nada que<br />
ver con ella, pero haría todo lo posible para evitar su presencia; y como<br />
en aquel momento se dirigía al piso superior, decidió permanecer arriba<br />
mientras durase la visita, a menos que la reclamasen; pero teniendo en<br />
cuenta que tía Norris estaba aún en la casa, parecía no haber mucho<br />
peligro de verse requerida.<br />
Permaneció algún tiempo sentada, llena de agitación, escuchando, temblando<br />
y temiendo a cada instante que la llamara; pero como no oyese<br />
pasos acercarse al cuarto del este, fue recobrando gradualmente la<br />
tranquilidad, se sintió capaz de ocuparse en algo y concibió la esperanza<br />
de que Mr. Crawford hubiera acudido y se marchara sin obligarla a ella a<br />
saber nada de lo tratado.<br />
Casi media hora había transcurrido y se sentía cada vez más segura<br />
cuando, de pronto, se oyó el ruido progresivo de unos pasos que se<br />
acercaban... unos pasos fuertes, mesurados, insólitos en aquella parte de<br />
la casa. Eran de su tío. Los conocía tan bien como su voz; tanto como<br />
ésta la había hecho temblar en otro tiempo, la hacía ahora temblar de<br />
nuevo el pensar que subía para hablarle, cualquiera que fuese el tema.<br />
Fue, en efecto, sir Thomas quien abrió la puerta, al tiempo que<br />
preguntaba si ella estaba allí y si se podía entrar. El terror de sus<br />
antiguas visitas ocasionales a aquella habitación pareció renovarse<br />
totalmente en Fanny, que tuvo la sensación de que iba a examinarla<br />
nuevamente de francés e inglés.<br />
Ella estuvo, no obstante, perfectamente atenta colocando una silla para<br />
él y procurando mostrarse honrada con la visita; pero en su aturdimiento<br />
no tuvo siquiera en cuenta las deficiencias del aposento hasta que él,<br />
deteniéndose en seco apenas acababa de entrar, dijo con gran extrañeza:<br />
––¿Por qué no tienes hoy fuego en la chimenea?<br />
Las tierras estaban cubiertas de nieve y Fanny se abrigaba con un chal.<br />
Vaciló, antes de contestar:<br />
––No tengo frío. Nunca permanezco aquí mucho tiempo en esta época<br />
del año.<br />
––¿Pero tienes fuego, corrientemente?<br />
––No, tío.<br />
––¿Cómo se explica esto? Aquí tiene que haber algún error. Yo tenía<br />
entendido que hacías uso de esta habitación a fin de que pudieras<br />
encontrar en ella todas las comodidades. En tu dormitorio, ya sé que no<br />
puede haber fuego. Aquí ha habido un enorme error que debe<br />
rectificarse. No es nada conveniente para ti permanecer aquí sentada,<br />
aunque sólo sea media hora al día, sin calefacción. No eres fuerte. Estás<br />
helada. Tu tía no debe haberse dado cuenta de esto.<br />
Fanny hubiera preferido guardar silencio; pero al verse obligada a<br />
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