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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

227<br />

Como había quedado tan satisfactoriamente convencida del efecto que<br />

producirían sus líneas, no pudo menos de asombrarse cuando, por<br />

casualidad, vio a Mr. Crawford dirigirse nuevamente a la casa, y a una<br />

hora tan temprana como el día anterior. Su visita no tendría nada que<br />

ver con ella, pero haría todo lo posible para evitar su presencia; y como<br />

en aquel momento se dirigía al piso superior, decidió permanecer arriba<br />

mientras durase la visita, a menos que la reclamasen; pero teniendo en<br />

cuenta que tía Norris estaba aún en la casa, parecía no haber mucho<br />

peligro de verse requerida.<br />

Permaneció algún tiempo sentada, llena de agitación, escuchando, temblando<br />

y temiendo a cada instante que la llamara; pero como no oyese<br />

pasos acercarse al cuarto del este, fue recobrando gradualmente la<br />

tranquilidad, se sintió capaz de ocuparse en algo y concibió la esperanza<br />

de que Mr. Crawford hubiera acudido y se marchara sin obligarla a ella a<br />

saber nada de lo tratado.<br />

Casi media hora había transcurrido y se sentía cada vez más segura<br />

cuando, de pronto, se oyó el ruido progresivo de unos pasos que se<br />

acercaban... unos pasos fuertes, mesurados, insólitos en aquella parte de<br />

la casa. Eran de su tío. Los conocía tan bien como su voz; tanto como<br />

ésta la había hecho temblar en otro tiempo, la hacía ahora temblar de<br />

nuevo el pensar que subía para hablarle, cualquiera que fuese el tema.<br />

Fue, en efecto, sir Thomas quien abrió la puerta, al tiempo que<br />

preguntaba si ella estaba allí y si se podía entrar. El terror de sus<br />

antiguas visitas ocasionales a aquella habitación pareció renovarse<br />

totalmente en Fanny, que tuvo la sensación de que iba a examinarla<br />

nuevamente de francés e inglés.<br />

Ella estuvo, no obstante, perfectamente atenta colocando una silla para<br />

él y procurando mostrarse honrada con la visita; pero en su aturdimiento<br />

no tuvo siquiera en cuenta las deficiencias del aposento hasta que él,<br />

deteniéndose en seco apenas acababa de entrar, dijo con gran extrañeza:<br />

––¿Por qué no tienes hoy fuego en la chimenea?<br />

Las tierras estaban cubiertas de nieve y Fanny se abrigaba con un chal.<br />

Vaciló, antes de contestar:<br />

––No tengo frío. Nunca permanezco aquí mucho tiempo en esta época<br />

del año.<br />

––¿Pero tienes fuego, corrientemente?<br />

––No, tío.<br />

––¿Cómo se explica esto? Aquí tiene que haber algún error. Yo tenía<br />

entendido que hacías uso de esta habitación a fin de que pudieras<br />

encontrar en ella todas las comodidades. En tu dormitorio, ya sé que no<br />

puede haber fuego. Aquí ha habido un enorme error que debe<br />

rectificarse. No es nada conveniente para ti permanecer aquí sentada,<br />

aunque sólo sea media hora al día, sin calefacción. No eres fuerte. Estás<br />

helada. Tu tía no debe haberse dado cuenta de esto.<br />

Fanny hubiera preferido guardar silencio; pero al verse obligada a<br />

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