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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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comprometerme en las obligaciones de un clérigo para siempre, de un<br />
modo constante. Sí, ésta fue la palabra: constante... Es una palabra que<br />
no me asusta. La deletrearía, la leería, la escribiría ante quien fuese. No<br />
veo nada alarmante en la palabra. ¿Cree usted que deberia alarmarme?<br />
––Tal vez ––dijo Fanny, hablando al fin por aburrimiento––, tal vez<br />
pensé que era una lástima que no se conociera usted siempre tan bien<br />
como pareció que se conocía en aquel momento.<br />
Crawford, encantado de haber conseguido que hablase como fuera, se<br />
propuso mantener el diálogo en pie; y la pobre Fanny, que había<br />
esperado hacerle caer con aquel reproche extremo, vio con tristeza que se<br />
había equivocado, y que sólo habían pasado de un motivo de curiosidad<br />
y de un juego de palabras a otro. Henry siempre encontraba algo para<br />
suplicar que le fuera explicado. La ocasión era única. No se le había<br />
presentado otra igual desde que la viera en el despacho de su tío;<br />
ninguna otra se le ofrecería antes de abandonar <strong>Mansfield</strong>. Que lady<br />
Bertram estuviera sentada al otro lado de la mesa era una bagatela, pues<br />
siempre se la podía considerar medio dormida; y los anuncios que leía<br />
Edmund seguían siendo de primera utilidad.<br />
––Bien ––dijo Crawford, al cabo de un conjunto de rápidas preguntas y<br />
forzadas contestaciones––, soy más feliz de lo que era, porque ahora<br />
entiendo con mayor claridad la opinión que tiene de mí. Me considera<br />
usted inconstante... que con facilidad cedo al último capricho; que<br />
fácilmente me entusiasmo... y fácilmente abandono. Teniendo de mí esta<br />
opinión no es extraño que... Pero, ya se verá. No es con protestas como<br />
he de intentar convencerla de que es injusta conmigo; no es diciéndole<br />
que son firmes mis sentimientos. Mi conducta hablará por mí... La<br />
ausencia, la distancia, el tiempo hablarán por mí. Ellos le demostrarán<br />
que, en la medida que alguien pueda merecerla, yo la merezco a usted.<br />
Es usted infinitamente superior a mis méritos; todo eso lo sé. Posee<br />
usted cualidades que antes no había yo supuesto que existieran en tal<br />
grado en ninguna criatura humana. Tiene usted ciertos rasgos angélicos<br />
superiores a... no solamente superiores a lo que uno ve, porque nunca se<br />
ven cosas así, sino superiores a lo que uno pudiera imaginar. Pero aun<br />
siendo así no temo. No es por igualdad de méritos por lo que cabe ganar<br />
su corazón. Ni siquiera se debe pensar en ello. Aquel que mejor<br />
comprenda y honre sus virtudes, que la ame con más devoción, será<br />
quien más derecho tendrá a ser correspondido. Sobre esta base se<br />
asienta mi confianza. Éste es el derecho que me asiste para merecerla, y<br />
se lo demostraré; y la conozco demasiado bien para, una vez convencida<br />
de que mi afecto es tal cual ahora le declaro, no abrigar la más ardiente<br />
esperanza. Sí, querida, dulce Fanny. Bueno... ––viendo que ella se<br />
echaba para atrás, incomodada––, perdóneme. Tal vez no tenga aún<br />
derecho. Pero, ¿de qué otro modo podré llamarla? ¿Supone usted que la<br />
tengo de continuo presente en mi imaginación con otro nombre: No; es<br />
en mi «Fanny» en quien pienso todo el día y sueño toda la noche. Le ha<br />
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