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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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espíritu, había sido en la mujer creada por mi imaginación, no en miss<br />

Crawford, en quien yo había sido capaz de soñar durante tantos meses.<br />

Le dije que, acaso, fuera para mí mejor así: había menos motivos que<br />

lamentar en el sacrificio de una amistad, unos sentimientos, unas<br />

ilusiones que, de todos modos, hubiera tenido que arrancar ahora de mi<br />

alma; y que, no obstante, debía y quería confesarle que, de haber podido<br />

devolverla al lugar que siempre había ocupado en mi imaginación, lo<br />

hubiese preferido, con el consiguiente aumento de mi dolor por la<br />

separación, porque así me habría quedado el derecho a una ternura y<br />

una estimación por ella. He aquí lo que le dije, el extracto de mi réplica;<br />

pero, como supondrás, no fue con la calma y la mesura con que te lo he<br />

repetido. Ella quedó asombrada, enormemente asombrada... más que<br />

asombrada. Vi cómo cambiaba su semblante. Se puso intensamente<br />

colorada. Creí ver una mezcla de sentimientos diversos: una fuerte,<br />

aunque breve lucha, medio deseo de rendirse a la verdad, medio sentido<br />

de la vergüenza. Pero el hábito... el hábito se impuso. De haber podido,<br />

se hubiera echado a reír. Fue una especie de risa su contestación:<br />

«Estupendo discurso, a fe mía. ¿Es un fragmento de su último sermón? A<br />

este paso pronto habrá convertido a todo el mundo en <strong>Mansfield</strong> y en<br />

Thornton Lacey; y cuando vuelva a saber algo de usted, será porque se le<br />

cite como famoso predicador en alguna importante sociedad de<br />

metodistas o como misionero en tierras extrañas». Mary intentaba hablar<br />

con despreocupación, pero no estaba tan despreocupada como quería<br />

dar a entender. Yo sólo le dije en respuesta que, desde el fondo de mi<br />

corazón, le deseaba felicidad y esperaba formalmente que pronto<br />

aprendiera a pensar con más rectitud, y que no tuviera que deber el<br />

conocimiento más preciado que se puede adquirir (el conocimiento de<br />

nosotros mismos y de nuestro deber) a las lecciones del sufrimiento; e<br />

inmediatamente salí de la habitación. Me había alejado unos pasos,<br />

Fanny, cuando oí que la puerta se abría detrás de mí. «Mr. Bertram», dijo<br />

Mary. Me di vuelta. «Mr. Bertram», repitió, con una sonrisa; pero era una<br />

sonrisa que no casaba con la conversación que acabábamos de<br />

sostener... Una sonrisa atrevida, juguetona, que parecía invitar para<br />

subyugarme; al menos así me pareció. Resistí; el impulso del momento<br />

me llevó a resistir... y seguí adelante. Desde entonces me he arrepentido<br />

algunas veces, por un instante, de no haber vuelto atrás; pero sé que<br />

hice bien. ¡Y éste fue el fin de nuestras relaciones! ¡Y qué clase de<br />

relaciones han sido! ¡Cómo me dejé engañar! ¡Tanto me engañé en el<br />

hermano como en la hermana! Te agradezco la paciencia, Fanny. Este ha<br />

sido el mejor alivio para mí. Y ahora, se acabó esta conversación.<br />

Y tanto creía Fanny en sus palabras, que por espacio de cinco minutos<br />

estuvo convencida de que, en efecto, se había terminado. Después, sin<br />

embargo, volvieron los comentarios sobre lo mismo, o algo parecido; y fue<br />

preciso, nada menos, que lady Bertram se desvelara por completo para<br />

que de verdad se pusiera término a aquella conversación. Mientras esto<br />

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