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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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general; pero ahora estaba completamente decidida a no ser huésped del<br />
hermano ni de la hermana por un número de meses mucho mayor.<br />
––¿Repartiréis el año entre Londres y Northamptonshire?<br />
––Sí.<br />
––Esto está bien; y en Londres, naturalmente a base de casa propia y<br />
nada de seguir con el almirante. Queridísimo Henry, será una ventaja<br />
librarte del almirante antes de que tus modales se estropeen por el<br />
contagio de los suyos, antes de que contraigas alguna de sus<br />
disparatadas ideas o aprendas a prolongar las sobremesas, como si en<br />
ello estuviera la mayor felicidad de la vida. Tú no te das cuenta de lo que<br />
vas a ganar, porque tu veneración por él te ha cegado; pero, en mi<br />
apreciación, el casarte pronto puede ser tu salvación. Si viera que te ibas<br />
pareciendo al almirante en palabras o hechos, gesto o figura, me afligiría<br />
muchísimo.<br />
––Bueno, bueno, en esto no estamos totalmente de acuerdo. El<br />
almirante tendrá sus defectos, pero es muy buena persona y para mí ha<br />
sido más que un padre. Pocos padres me hubieran dejado hacer mi<br />
voluntad ni la mitad de lo que él me lo ha permitido. No debes<br />
predisponer a Fanny contra él. Deseo que los dos se quieran<br />
mutuamente.<br />
Mary se abstuvo de decir lo que sentía: que no podían existir dos<br />
personas cuyos caracteres y modales estuviesen más en desacuerdo. El<br />
tiempo se encargaría de demostrárselo; pero no pudo evitar esta reflexión<br />
acerca del almirante:<br />
––Henry, tengo en tan alto concepto a Fanny Price, que si pudiera<br />
suponer que la futura señora Crawford iba a contar con la mitad de los<br />
motivos que tuvo mi pobre y desventurada tía para aborrecer al mismo<br />
nombre, yo impediría la boda, si pudiera. Pero te conozco: sé que la<br />
mujer que tú ames será la más feliz de las esposas, y que aun cuando<br />
cesaras de amarla, ella seguiría encontrando en ti la liberalidad y la<br />
buena educación de un caballero.<br />
La imposibilidad de no hacer él cualquier cosa para asegurar la<br />
felicidad de Fanny Price, o de cesar de amar a Fanny Price, fue<br />
naturalmente, el argumento de su elocuente réplica.<br />
––Si la hubieras visto esta mañana, Mary ––prosiguió él––, atendiendo<br />
con aquella paciencia y aquella delicadeza inefables todas las exigencias<br />
de la estupidez de su tía, trabajando con ella y para ella, bellamente<br />
coloreadas sus mejillas al inclinarse sobre la labor; volviendo después a<br />
su asiento para terminar una nota que previamente se había<br />
comprometido a escribir por cuenta de esa estúpida mujer; y todo eso<br />
con una gentileza tan espontánea... tanto, como si fuera la cosa más<br />
lógica y natural que ella no pudiera disponer de un momento para sí;<br />
peinada pulcramente, como siempre, con un pequeño rizo cayéndole<br />
hacia delante mientras escribía, y que sacudía de vez en cuando para<br />
atrás; y en medio de todo esto aún me hablaba a intervalos, o me<br />
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