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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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cuchillo de plata, que fue aceptado con gran ilusión, pues la<br />
particularidad de ser nuevo le daba sobre el otro todas las ventajas que<br />
pudiera desearse. Susan entró en plena posesión del suyo, Betsey<br />
declaró lindamente que teniendo ahora uno mucho más bonito nunca<br />
pediría el de su hermana, y ninguna queja fue elevada a su madre,<br />
igualmente satisfecha, cosa que Fanny había considerado casi imposible.<br />
La acción respondió por completo: suprimió totalmente un motivo de<br />
altercados domésticos y fue el medio de que Susan le abriera el corazón,<br />
brindándole así un nuevo objeto en que poner su amor y su interés.<br />
Susan demostraba tener delicadeza: satisfecha como estaba de gozar en<br />
propiedad de aquello por lo que estuvo luchando lo menos dos años,<br />
temía sin embargo que el juicio de su hermana le fuera adverso y que, en<br />
el fondo, le hiciera el reproche de haber batallado hasta el punto de<br />
hacer necesaria aquella adquisición para la tranquilidad de la casa.<br />
Su natural quedó de manifiesto. Reconocía sus excesivos recelos, se<br />
censuraba por haber puesto tanto empeño en la contienda; y a partir de<br />
aquel momento, Fanny, comprendiendo el valor de su buena disposición,<br />
y notando lo muy inclinada que estaba a consultar su opinión y<br />
someterse a su criterio, empezó de nuevo a sentir la bendición del efecto<br />
y a concebir la esperanza de ser útil a un entendimiento tan necesitado<br />
de ayuda y tan merecedor de ella. Le dio consejos, consejos demasiado<br />
justos para que pudiera oponerles resistencia una mente sana; y los<br />
daba, además, con tanta suavidad y consideración, que no hubiesen<br />
podido irritar a un carácter imperfecto. Y tuvo la dicha de observar con<br />
frecuencia sus buenos efectos. No esperaba más quien, teniendo en<br />
cuenta lo obligado y prudente que era mostrar sumisión y tolerancia,<br />
veía también, con perspicacia inspirada en una afinidad de sentimientos,<br />
todo lo que a menudo había de resultar intolerable para una jovencita<br />
como Susan. De lo que más llegó pronto a maravillarse fue, no de que<br />
ciertas provocaciones hubiesen llevado a Susan a mostrarse irrespetuosa<br />
e intolerante a pesar de su buen criterio, sino de que ese buen criterio,<br />
ese magnífico sentido, pudieran existir en ella; y de que, crecida en<br />
medio del abandono y el error, tuviera unas ideas tan justas acerca de lo<br />
que seria propio: ella, que no había tenido un primo Edmund que<br />
dirigiera sus pensamientos o fijara sus principios.<br />
La mayor intimidad así iniciada entre ellas fue para ambas una ventaja<br />
principal. Permaneciendo las dos arriba, en su habitación, se ahorraban<br />
una buena parte de los alborotos domésticos. Fanny tenía paz y Susan<br />
aprendió a considerar que no era una desgracia emplearse en algo con<br />
tranquilidad. Allí no tenían calefacción; pero esto era una privación<br />
familiar, hasta para Fanny, y la sufría mejor porque le recordaba su<br />
cuarto del Este. Era el único punto de semejanza. En cuanto al espacio,<br />
luz, mobiliario y vista, nada de común había entre las dos habitaciones;<br />
y a menudo exhalaba un suspiro recordando sus libros, cajas y demás<br />
alicientes de aquel rincón. Progresivamente, las dos jovencitas llegaron a<br />
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