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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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cualquiera de reunión de las dos familias. En todo encuentro había<br />
esperanza de ver una confirmación del afecto de Mary Crawford; pero el<br />
torbellino de un salón de baile no era, acaso, especialmente favorable al<br />
estímulo o expresión de sentimientos serios. Comprometerla pronto para<br />
los dos primeros bailes era el único recurso para su personal felicidad<br />
que tenía en la mano y el único preparativo para la fiesta en que pudo<br />
tomar parte, a pesar de cuanto ocurría a su alrededor, con referencia a la<br />
misma, desde la mañana hasta la noche.<br />
El 22, día del baile, era jueves; y el miércoles por la mañana, Fanny,<br />
que no había hallado todavía una solución satisfactoria en cuanto a lo<br />
que debería ponerse, decidió buscar consejo en las personas más<br />
competentes y acudió a la señora Grant y a su hermana, cuyo reconocido<br />
buen gusto podría sin duda aplicarse a ella sin reproche; y como<br />
Edmund y William se habían ido a Northampton, y tenía motivos para<br />
creer que Henry había salido también, bajó hasta la rectoría sin mucho<br />
temor de que le faltara ocasión para conferenciar aparte sobre aquel<br />
punto; y que la tal conferencia fuese reservada era para Fanny uno de los<br />
aspectos más importantes, ya que estaba más que medio avergonzada de<br />
su petición de ayuda.<br />
Se encontró a unas yardas de la rectoría con Mary Crawford, que<br />
precisamente acababa de salir para visitarla; y como le pareció que su<br />
amiga, si bien se vio obligada a insistir en que estaba dispuesta a entrar<br />
de nuevo en la casa, no deseaba perderse el paseo, le explicó en el acto lo<br />
que la traía allí y manifestó que, si tenía la amabilidad de darle su<br />
opinión, podían hablar de ello lo mismo fuera que dentro de la casa.<br />
Mary pareció agradecida por la atención y, al cabo de una breve<br />
reflexión, de un modo mucho más cordial que antes, rogó a Fanny que<br />
entrara con ella, proponiéndole subir a la alcoba, donde podrían hablar<br />
tranquilamente sin molestar al doctor Grant y a su esposa, que estaban<br />
en el salón. Era precisamente el plan que convenía a Fanny; y rebosando<br />
ésta gratitud por tan pronta y amable atención, entraron, subieron y<br />
pronto estuvieron entregadas de lleno a la interesante cuestión. Miss<br />
Crawford, complacida por el requerimiento, le brindó cuanto había en<br />
ella de buen gusto y ponderación, lo simplificó todo con sus sugerencias,<br />
y procuró que todo apareciese delicioso con sus alentadoras palabras.<br />
Una vez resuelto lo del traje en sus líneas generales, dijo Mary:<br />
––Pero, ¿qué se pondrá usted a modo de collar? ¿No piensa lucir la cruz<br />
de su hermano?<br />
Y al tiempo que esto decía iba deshaciendo un paquetito que Fanny ya<br />
había observado en sus manos cuando se encontraron. Fanny confesó<br />
sus dudas y deseos al respecto: no sabía cómo ponerse la cruz, ni cómo<br />
dejar de llevarla. La contestación que le dio Mary consistió en presentarle<br />
un joyerito e invitarla a que escogiera entre las varias cadenas de oro y<br />
gargantillas que contenía. Aquel era el paquete de que iba provista miss<br />
Crawford, y tal el objeto de su proyectada visita; y del modo más amable<br />
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