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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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había conseguido tal cosa; no debía, encima, destruir su fama, su<br />

prestigio, su porvenir. No debía imaginársela languideciendo en su retiro<br />

de <strong>Mansfield</strong> por él, renunciando a Sotherton y a Londres, independencia<br />

y esplendor, por culpa de él. La independencia le era más necesaria que<br />

nunca, la carencia de la misma en <strong>Mansfield</strong> se le hacía ahora más<br />

sensiblemente penosa. Era cada vez menos capaz de soportar la sujeción<br />

impuesta por su padre. La libertad que la ausencia de éste había<br />

procurado, se había convertido ahora en algo totalmente indispensable.<br />

Tendría que escapar de él y de <strong>Mansfield</strong> lo antes posible y buscar<br />

consuelo en la fortuna y la ostentación, en el mundo y el bullicio, para su<br />

espíritu herido. Había tomado su resolución, y no la cambiaría.<br />

Para unos tales sentimientos toda dilación, aun la dilación impuesta<br />

por los grandes preparativos, hubiera sido una tortura, y Mr. Rushworth<br />

apenas pudo mostrarse más impaciente por la boda que ella misma. En<br />

cuanto a la importante preparación del espíritu, ella estaba<br />

completamente a punto, pues iba al matrimonio preparada por su odio al<br />

hogar, a la sujeción y a la tranquilidad; por la amargura de un<br />

desengaño amoroso y por desprecio al hombre con quien iba a casarse.<br />

Lo demás podía esperar. La adquisición de nuevo mobiliario y nuevos<br />

coches podía aplazarse hasta la primavera, en Londres, donde podría<br />

emplear más libremente su propio gusto.<br />

Estando los mayores completamente de acuerdo a este respecto, pronto<br />

se vio que muy pocas semanas bastarían para disponer lo necesario para<br />

la boda.<br />

La señora Rushworth estaba dispuesta a retirarse y dejar libre el<br />

camino a la afortunada joven dama elegida por su querido hijo; y muy a<br />

principios de noviembre, con su doncella, su lacayo y su carruaje, eso es,<br />

con todo el rumbo de una viuda acaudalada, salió para Bath, donde<br />

alardearía de las maravillas de Sotherton en las tertulias vespertinas,<br />

gozándolas tan plenamente, acaso, en la animada conversación en tomo<br />

a una mesa de juego, como cuando vivía en el lugar. Y antes de que<br />

mediara el mismo mes se había celebrado la ceremonia que daba otra<br />

señora a Sotherton.<br />

Fue una boda muy decorosa. La novia iba elegantemente vestida; las<br />

dos madrinas con más modestia, como correspondía; el padre hizo la<br />

cesión; su madre permaneció con el pomo de sales en la mano, con la<br />

esperanza de emocionarse; su tía procuró llorar, y el servicio fue leído<br />

con emotiva solemnidad por el doctor Grant. Nada pudo objetarse<br />

cuando en el vecindario se hicieron los pertinentes comentarios, excepto<br />

que el carruaje que condujo a la pareja de novios y a Julia desde la<br />

puerta de la iglesia hasta Sotherton, era el mismo calesín que míster<br />

Rushworth venía usando desde hacía un año. Por todo lo demás, la<br />

etiqueta del día podía resistir la crítica más exigente.<br />

Ya estaba hecho, ya se habían marchado. Sir Thomas sentía lo que un<br />

padre afectuoso debe sentir, y experimentó sin duda muchas de las<br />

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