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Historia del Siglo XX - Biblioteca Virtual en Salud

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EL FIN DEL MILENIO 571<br />

d<strong>en</strong>les y de asambleas pluripartidistas, aun cuando tampoco complicase las<br />

soluciones. Más <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral, era el dilema acerca <strong>del</strong> papel de la g<strong>en</strong>te<br />

corri<strong>en</strong>te <strong>en</strong> un siglo que, acertadam<strong>en</strong>te (al m<strong>en</strong>os para los estándares prefeministas)<br />

se llamó «el siglo <strong>del</strong> hombre corri<strong>en</strong>te». Era el dilema de una época<br />

<strong>en</strong> la que el gobierno podía (debía, dirían algunos) ser gobierno «<strong>del</strong> pueblo»<br />

y «para el pueblo», pero que <strong>en</strong> ningún s<strong>en</strong>tido operativo podía ser un<br />

gobierno «por el pueblo», ni siquiera por asambleas repres<strong>en</strong>tativas elegidas<br />

<strong>en</strong>tre qui<strong>en</strong>es competían por el voto. El dilema no era nuevo. Las dificultades<br />

de las políticas democráticas (que hemos abordado <strong>en</strong> un capítulo anterior<br />

a propósito de los años de <strong>en</strong>treguerras) eran familiares a los ci<strong>en</strong>tíficos<br />

sociales y a los escritores satíricos desde que el sufragio universal dejó de ser<br />

una peculiaridad de los Estados Unidos.<br />

Ahora los apuros por los que pasaba la democracia eran más acusados<br />

porque, por una parte, ya no era posible prescindir de la opinión pública, pulsada<br />

mediante <strong>en</strong>cuestas y magnificada por los medios de comunicación;<br />

mi<strong>en</strong>tras que, por otra, las autoridades t<strong>en</strong>ían que tomar muchas decisiones<br />

para las que la opinión pública no servía de guía. Muchas veces podía tratarse<br />

de decisiones que la mayoría <strong>del</strong> electorado habría rechazado, puesto que a<br />

cada votante le desagradaban los efectos que podían t<strong>en</strong>er para sus asuntos<br />

personales, aun cuando creyese que eran deseables <strong>en</strong> términos <strong>del</strong> interés<br />

g<strong>en</strong>eral. Así, a fines de siglo los políticos de algunos países democráticos<br />

llegaron a la conclusión de que cualquier propuesta para aum<strong>en</strong>tar los<br />

impuestos equivalía a un suicidio electoral. Las elecciones se convirtieron<br />

<strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> concursos de perjurio fiscal. Al mismo tiempo los votantes y los<br />

parlam<strong>en</strong>tos se <strong>en</strong>contraban constantem<strong>en</strong>te ante la disyuntiva de tomar decisiones,<br />

como el futuro de la <strong>en</strong>ergía nuclear, sobre las cuales los no expertos<br />

(es decir, la amplia mayoría de los electores y elegidos) no t<strong>en</strong>ían una opinión<br />

clara porque carecían de la formación sufici<strong>en</strong>te para ello.<br />

Hubo mom<strong>en</strong>tos, incluso <strong>en</strong> los estados democráticos, como sucedió <strong>en</strong><br />

el Reino Unido durante la segunda guerra mundial, <strong>en</strong> que la ciudadanía<br />

estaba tan id<strong>en</strong>tificada con ios objetivos de un gobierno que gozaba de legitimidad<br />

y de confianza pública, que el interés común prevaleció. Hubo también<br />

otras situaciones que hicieron posible un cons<strong>en</strong>so básico <strong>en</strong>tre los principales<br />

rivales políticos, dejando a los gobiernos las manos libres para seguir<br />

objetivos políticos sobre los cuales no había ningún desacuerdo importante.<br />

Como ya hemos visto, esto fue lo que ocurrió <strong>en</strong> muchos países durante la<br />

edad de oro. En muchas ocasiones los gobiernos fueron capaces de confiar <strong>en</strong><br />

el bu<strong>en</strong> juicio cons<strong>en</strong>suado de sus asesores técnicos y ci<strong>en</strong>tíficos, indisp<strong>en</strong>sable<br />

para unos administradores que no eran expertos. Cuando hablaban al<br />

unísono, o cuando el cons<strong>en</strong>so sobrepasaba la disid<strong>en</strong>cia, la controversia política<br />

disminuía. Cuando esto no sucedía, qui<strong>en</strong>es debían tomar decisiones<br />

navegaban <strong>en</strong> la oscuridad, como jurados ante dos psicólogos rivales, que<br />

apoyan respectivam<strong>en</strong>te a la acusación y a la def<strong>en</strong>sa, y ninguno de los cuales<br />

les merece confianza.<br />

Pero, como hemos visto, las décadas de crisis erosionaron el cons<strong>en</strong>so

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