TOMO I TRANSVERSALIDAD Y CURRICULUM

Alejandro César Martínez Baena
2.- INTRODUCCIÓN-JUSTIFICACIÓN
La actividad físico-deportiva regular es considerada como un
componente esencial para una buena salud, así como para la consecución de
un óptimo crecimiento y desarrollo en niños y jóvenes (Trost y Loprinzi, 2008).
Diversos estudios constatan la mejora que dicha práctica produce a nivel físico,
psíquico y social, así como en nuestra calidad de vida a lo largo de los años
(Moliner-Urdiales et al., 2009; Parfitt, Pavey y Rowlands, 2009).
Se demuestra una asociación directa entre la práctica sistemática y una
mejor competencia percibida, alta autoestima, satisfacción con la vida y
aumento de la vitalidad (Castillo y Molina-García, 2009), e inversa respecto a la
presencia de depresión entre los adolescentes (Hong et al., 2009).
Por otra parte, también se demuestra que dicha actividad puede ser de
vital importancia en la prevención de enfermedades crónicas, tales como la
patología cardiovascular, el síndrome metabólico o el cáncer (Eisenmann,
2004; Lobstein, Baur y Uauy, 2004), así como en la reducción del índice de
grasa corporal y dolor lumbar como consecuencia de un estilo de vida
sedentario (Chen, Liu, Cook, Bass y Lo, 2009; De Godoy-Matos, Guedes, de
Souza y Martins, 2009; Tounian, 2009).
A pesar de la gran cantidad de evidencias que existen, el tránsito a la
población adulta resulta complicado como bien certifican los bajos niveles de
participación físico-deportiva encontrados (Jurakic, Pedisic y Andrijasevic,
2009; Veltsista et al., 2009). Se verifica un descenso progresivo de la práctica
físico-deportiva con la edad (Martínez-Gómez et al., 2009a), demostrando una
mayor tasa de abandono adolescente (Cervelló, Escartí y Guzmán, 2007; Prista
et al., 2009; Roman, Serra-Majem, Pérez-Rodrigo, Drobnic y Segura, 2009).
Como bien apunta Elosua (2009, pg. 518), “La percepción del riesgo
asociado a estilos de vida no saludables, u otros factores de riesgo de
enfermedad cardiovascular o de cáncer, es difícil de transmitir a la población,
ya que muchos de estos factores de riesgo actúan de forma silente y no
afectan a la calidad de vida relacionada con la salud hasta que la enfermedad
se presenta como un acontecimiento agudo o un diagnóstico generalmente en
edades medias o avanzadas de la vida”.
Las últimas medidas objetivas realizadas sobre dicha población, De
Moraes et al. (2009) y Thompson et al. (2009), manifiestan niveles de práctica
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